31 de diciembre de 2007

Final

Para quienes llegan a este espacio como "visitantes" les decimos que aquí se reúnen textos producidos durante el año 2007 por integrantes de la comisión 54 del Taller de Expresión Escrita, materia de la Carrera de Ciencias de la Comunicación, Facultad de Ciencias Sociales, UBA.
Como coordinadora de ese grupo, quiero agradecer a todos los que participaron con sus escrituras y lecturas en este blog, especialmente a Daniel Francisco, quien recibió con entusiasmo mi propuesta, se ocupó de resolver con diligencia y sumo cuidado las cuestiones técnicas y sostuvo hasta hoy la convocatoria a cada uno de sus compañeros para enviar textos.

Es mi deseo que este movimiento de comunicación a través de la palabra escrita se proyecte entre ustedes, entre nosotros, con otros; en fin, que deje huella.

Gracias por el año compartido y feliz 2008 para cada uno
Profesora Claudia Risé

26 de diciembre de 2007

47

Ensayo sobre la problemática social de la pobreza: un infierno arbitrario

Borges, en su ensayo “La duración del infierno”, discute con los conocimientos teológicos cuando niega que el “lugar de castigo para los malos” sea eterno pues dice que la inmortalidad es una bendición de Dios y está reservada para los que la merezcan (es decir, quienes hayan vivido de acuerdo a las leyes divinas).No voy a cuestionar ni a la religión ni a Borges, pero es necesario dejar en claro que existen en la tierra varios ejemplos cotidianos de lo que constituye un infierno arbitrario, no merecido y de una continuidad insoportable para la humanidad: me refiero a la problemática social de la pobreza, la indigencia y sus consecuencias. Cuando lo real se nos manifiesta de manera injusta, diabólica, con esta dificultad imposible de esquivar, se hace necesaria la apelación a lo puramente imaginario de los sueños como medio de escape porque esos momentos de relajación y descanso son un estado ideal que renuevan las esperanzas que nos ayudan a enfrentar la realidad. Me propongo dar cuenta de la oposición realidad/sueño como un viaje de lo infernal (desagradable) hacia lo puramente celestial (lo agradable del mundo onírico).
Ricardo Forster (en su ensayo “El viaje profano”) nos cuenta que el hombre jamás ha dejado de soñar: “el hombre moderno ha sido un viajero, un transgresor de fronteras, un buscador de lugares exóticos que ha tratado siempre de dar un paso más en ese intento por rebasar los límites de su propia finitud.” ¿Cómo es ese viaje? “…viaje utopico hacia la promesa fabulosa de una comarca donde las desigualdades humanas quedarían definitivamente arrojadas de la historia, viaje melancólico hacia los mundos perdidos, recorrido poético hacia la tierra de la infancia en medio de la seriedad adulta que todo lo determina.” Entonces, no es necesario un desplazamiento material; “soñamos con viajar por el espacio cósmico: ¿acaso no está en nosotros? Ignoramos las honduras de nuestro propio espíritu. La senda misteriosa va hacia adentro. En nosotros o en ninguna parte se encuentra la eternidad con sus mundos, lo pasado y lo futuro.” (Novalis, en El entusiasmo y la quietud, antología del romanticismo alemán, edición de Antoni Mari, pp. 147-148) ¿Para qué decidimos emprender este itinerario? “…el romántico viaja para sustraerse de una realidad que lo asfixia y que violenta su sed de infinito, viaja como un modo de descubrir regiones ignotas.”
Tres ejemplos de la realidad me permiten dar cuenta de la existencia de lo infernal y ofrecen un panorama suficiente como para justificar el viaje imaginario como medio de escape. En Francia, las personas de bajos recursos se convierten en espigadores que para satisfacer sus necesidades alimentarias recogen aquello que los demás no utilizan y desechan; en el campo frutas y verduras que los productores agrícolas no pueden comercializar, en la ciudad mucha de la mercadería que los supermercados tiran. Yo agregaría el ejemplo análogo que tenemos aquí con la gente que concurre al mercado central para recoger las frutas y verduras que se arrojan en los contenedores. En Argentina también tenemos el fenómeno social de los cartoneros, aquel montoncito de gente desocupada que Marx denominaría el ejército industrial de reserva… Hasta hace poco viajaban en un medio de transporte específico llamado el tren blanco, este servicio ya no existe pero ellos continuan con su recorrido de todos los días, llevando una pesada carreta y revolviendo bolsas de basura para conseguir papel, cartón o diario que seguramente podrán cambiar por unos miserables pesos. Sobre estas personas carga el privilegiado status social de ciruja , lo cual implica aguantarse el menosprecio social de unos cuantos envidiosos que no pueden darse el lujo de cartonear.¡Pobres ricos(Y no tanto) que jamas han conocido los placeres de esforzarse mucho para conseguir poco! ¿Debemos pensar que su mayor desgracia es la de vivir en medio de una incomodidad tortuosa que, como la peor madre castradora, no los deja portarse mal? Hay algunos que se desquitan robando y mintiendo, se llaman políticos…
El último ejemplo es el más contundente de todos, pensemos en todas esas personas que, cada vez que viajamos, encontramos pidiendo monedas en el tren: chicos que vemos sucios y mal alimentados, repartiendo tarjetas a cambio de diez centavos (y sabemos que siempre son explotados por adultos); hombres que aseguran estar enfermos de sida, o que a causa de un accidente han quedado incapacitados para trabajar; mujeres con sus hijos en brazos; ciegos; etc. Espigadores, cartoneros, mendigos, he aquí los protagonistas involuntarios de la pobreza, un itinerario oscuro, lleno de tristezas e infortunio del cual muchas veces no logran salir jamás. Lo desagradable de este problema social nos lleva a buscar en lo imaginario una realidad mejor. Olvidemos por un momento todas las crueldades que la percepción de lo real nos ofrece y adentremonos en las profundidades del sueño, viajemos con los ojos cerrados hacia zonas remotas donde la codicia material, culpable de casi todas nuestras miserias economicas, ya no exista. Sólo así nos libraremos de lo excluyente del mercado y sus reglas.
Ahora es el momento de enfrentar las posibles objeciones a mi fabulosa proposición, se trata de ideas que anteriormente sostuve, pero que terminaron por desilusionarme. Una de ellas consistía en el regreso al estado de Bienestar (Ideado por Keynes) que aseguraba la justicia social y los derechos de todos los ciudadanos. Parecía lo más adecuado para resolver la indigencia, sin embargo, fue pensado como una solucion provisoria para sacar al capitalismo de la crisis del `30 y la decadencia del Welfare State se debio a que creo una expectativa social creciente que termino por quebrar el pacto social que le habia dado origen: los individuos cada vez demandaban a un estado que se burocratizaba e iba perdiendo autoridad. Otra idea que se me ocurría era la posibilidad de lograr políticos más honestos: Weber propuso que gobernasen personas que vivan para la política (esto es, personas dotadas de sentido de la responsabilidad, pasión y mesura, que no hicieran de la empresa política una fuente duradera de ingresos). Debemos recordar que ya este autor señaló los pecados mortales en este terreno: falta de responsabilidasd y ausencia de objetividad, y la vanidad es lo que más lleva al politico a cometer estos pecados. Parece ser que ninguno de nuestros queridos y honestos politicos (recordemos algunos: Menem, De la Rúa y Felisa Miceli) ha sabido entender a este olvidado autor.¿Se lo recordamos? Weber habló de gente que viva PARA la política, ¡no DE ella! Lamentablemente, lo único que resultó ser racional e imperecedero es el capitalismo pues históricamente ha atravesado tres crisis, y siempre ha salido triunfante (actualmente se sostiene con una ideología que ha dominado en todo el mundo: el neoliberalismo). Por eso prefiero la utopia del viaje a traves de los sueños a modo de resistencia contra esta realidad.
La tercera y ultima de las objeciones que podría refutar mi fantasiosa idea se resume en la siguiente pregunta: ¿y las pesadillas? Debo reconocer que de chica desperté varias veces en medio de la noche, asustad por pesadillas que me persiguieron a lo largo de mi infancia; asi como Borges soñó con el infierno, nosotros también podemos encontrarnos con lo desagradable mientras estamos durmiendo. No olvidemos, sin embargo, lo que dijo Alberto Giordano(en su ensayo “Borges ensayista: avatares de la lectura”): Borges despertó de su infierno soñado para encontrarse con otro; “la prolijidad demoníaca de lo real.” Además, los malos sueños suceden por la influencia de nuestros propios temores y preocupaciones de que algo malo suceda, esto también influye en ese terreno simbólico que constituye lo onírico, terreno sobre el cual no tenemos control.
Aunque el escape de una realidad que no nos gusta hacia “el país de los celestiales sueños” suene exagerado, infantil o irracional, yo voy a seguir sosteniendo esta posición. Acepto todas las críticas a condición de que aparezca otra solución de nuestra inofensiva y angelical realidad, y que de una vez por todas nos permita vivir a todos de manera justa, digna e igual. Me despido de este ensayo con una reflexión de Ricardo Forster: “regresar al origen, tal vez ese sea el modelo de todo viaje, el verdadero sentido del itinerario romántico; buscar el paraíso más allá de lo dado, de lo conocido, de una realidad endurecida; desplazarse por la imaginación hacia las comarcas perdidas que simbolizan el origen y el punto de llegada.” PEQUEÑA ADVERTENCIA: tenemos capacidad simbólica imaginativa; usémosla, pero no sólo para disfrutar irresponsablemente. Tal vez viajando hacia lo más profundo de nuestros pensamientos y deseos podamos encontrar la inspiración creativa que nos ayude a transformar la realidad; así como muchos de los más respetados intelectuales teóricos lo han intentado, nosotros también podemos.

Cristina Chinchi García

46

Libro: Ensayo sobre la ceguera de José Saramago

Hace no más de dos años me topé con un libro que nunca había leído pero ya conocía. Era de esos títulos a los que por alguna razón les guardaba un respeto especial, lo cual en lugar de generarme atracción me producía un leve rechazo. Quizás la razón era que, por puro prejuicio, me abrumaba. No creo se deba del autor –premio Nobel de literatura-, mucho menos a una falta de interés, pero probablemente se asociaba a lo mucho que por diversos lados había ido escuchado sobre este libro en el último tiempo. Y no pasaba por sentirme “inferior” en algún sentido para leer semejante libro, no. Sólo que a veces siento que necesito cierta preparación mental para meterme en el universo de un libro, y termino relegándolo por un tiempo hasta que un día me parezca que es el momento adecuado para leerlo y sin pensarlo más (como si no hubiese sido suficiente meditación), me entrego.
En definitiva la mayoría de las veces, y esta no fue la excepción, me pasa lo mismo: no era tan grave como creía, y me doy cuenta de que probablemente sólo me daba fiaca empezar una lectura aparte de la obligatoria por la facultad. Finalmente terminé leyendo un texto que me cautivó de principio a fin, y sé que si fuese una persona más constante en la lectura o si el libro fuese un poco más “de bolsillo”, cuestión de poder llevarlo para leer en el colectivo, lo hubiese terminado en una semana. Pero me llevó mi tiempo, que en definitiva no fue sino sólo lo que se merecía.
Cuando lo terminé de leer estuve satisfecha de comprobar que mis prejuicios acerca de la reputación del libro no eran sólo prejuicios, realmente era de lo mejor que había leído. Y lo principal fue saber que lo pude decidir yo, o sea que si el libro me hubiese llegado sin yo saber absolutamente nada sobre él, la sentencia hubiese sido la misma. Creo que es de esos textos que no le pasan desapercibidos a nadie. Si bien por un lado la identificación con los personajes no es instantánea -conocemos los detalles de convivencia de las personas, pero no sabemos ni siquiera sus nombres-, uno no puede evitar imaginarse en la situación que el libro plantea: una ceguera repentina, el vínculo social con extraños, la desastrosa calidad de vida, las medidas extremas que se deben tomar. El texto mismo, sin necesidad de hacer situar constantemente al lector en el lugar de los personajes, lo lleva a reflexionar sobre las cosas más básicas de la vida, que generalmente se dan por sentadas. No sólo el valor de aquellas cosas, de lo cotidiano, sino también el sentido que tienen para cada ser en particular y para todos en conjunto y de manera igualitaria.
A un año de la absolutamente positiva experiencia que tuve al leer Ensayo sobre la Ceguera de Saramago, me encuentro en mi biblioteca con lo que podría considerarse su segunda parte, Ensayo sobre la lucidez. Probablemente pase un tiempo hasta que le pierda el miedo que me genera el título, el autor, el tamaño del libro no apto para colectivos, y el saber que puede no ser tan bueno como el anterior y cambiar el gusto dulce que me deja un buen libro por el amargo de uno inesperadamente no tan bueno. Pero en algún momento me sumergiré en él, y ya sólo por eso, por vencer el miedo, va a valer la pena la experiencia.

Paula May

45

Little Miss Sunshine

Un viaje por el que todos pasamos alguna vez, aunque no necesariamente con el sustento de un viaje físico, son las situaciones familiares que se plantean en la película Little Miss Sunshine. Una trama llena de sutilezas que despiertan sensaciones de todo tipo en el espectador. Extrañeza y empatía, diversión y angustia. Una familia de locos, pensarán algunos, pero ¿quién no se encontró alguna vez en una escena familiar digna de una película de Almodóvar? En esta película, en que los locos y los cuerdos se confunden y entremezclan, el viaje que une a los protagonistas es también un periplo personal de cada uno hasta un estado diferente al que tenían al comienzo.
Un aspecto que en mi análisis se repite en todas las situaciones por las que atraviesa la película es el tema de las obligaciones; el lugar al que cada personaje, por convención, le toca ocupar en su familia, y de qué forma cada uno elige llenar su lugar. Es el caso de Dwayne, el adolescente que reniega del mundo y prometió no hablar una palabra hasta conseguir entrar a la academia de pilotos. Este personaje, que desde su cómoda y aceptada posición de odio a su familia, aparentemente no necesitaría cumplir ninguna expectativa ni atenerse a necesidades ajenas, tiene su momento débil cuando accede al viaje con su familia por el sueño de su hermana de convertirse en la ganadora de un concurso de belleza infantil. Lo afloja su obligación como hermano mayor de la tan tierna y tan poco culpable de sus angustias, Olive. Su madre, Sheryl, quien esquiva sin culpas sus responsabilidades como ama de casa, pero se hace cargo de su hermano Frank, quien luego de un intento de suicidio, no puede vivir sin una persona que lo vigile.
Estas son sólo algunas de las obligaciones que existen en esta, y todas las familias. Familias que son unidas por un viaje, pero a la vez confrontadas. Con sus reglas y convicciones absurdas que se imponen para tener algo de qué sostenerse. Con distintas generaciones que no se entienden entre sí. Y en medio del temor, la angustia, los problemas, las peleas y todo lo que generalmente se padece dentro de las familias, aparece la alegría, la ternura, el sol, la pequeña miss sunshine, que en esta película es Olive, gran artífice conciliadora de los viajes de familia Hoover.

Paula May

44

Salir adentro, entrar afuera

No suena extraño para nuestra cultura occidental moderna circundar el tema de la velocidad en que vivimos y a la que estamos tan acostumbramos. La necesidad de transitar la vida a un ritmo acelerado, que no incentiva a la reflexión sino que obliga a estar en constante búsqueda del próximo paso, se convirtió en frecuente tema de debate. Se analiza, paradójicamente, la falta de análisis que la modernidad nos permite tener sobre nuestros actos cotidianos. El tiempo que pasa de manera casi imperceptible y las horas del día que no alcanzan. Todas son expresiones que se escuchan con frecuencia en la sociedad en general.
Aparentemente estamos cada vez más, queriéndolo o no, atrapados en la rutina que el presente nos entrega, lo que, teniendo en cuenta la supervivencia que requieren las condiciones de vida, tiene absoluta sensatez y es para nada reprochable. Haría falta una especie de apocalipsis que provoque un cambio profundo en el sistema para que nos permita un estilo de vida completamente diferente del que nos toca, y de todos modos no es el tema a tratar aquí.
Dando por sentado entonces esta manera de vivir, que por el momento está fuera del alcance de cualquiera cambiar, me pongo a pensar en cuáles son las soluciones –aunque sea momentáneas– que encontramos para que la situación no se torne intolerable, y así seguir reproduciéndola como venimos haciendo hasta ahora. En este contexto tratamos a ese momento de distensión, ese lugar que nos permitimos de vez en cuando para simplemente –y no tanto– pensar, como a una “escapada”, considerando al viaje una recurrente manera de llevarla a cabo. Hasta podría decir que el escapar es además una de las razones por las que más se viaja. Por supuesto existe también la curiosidad por conocer un lugar diferente, el interés hacia otro tipo de culturas, la simple utilidad cuando es un viaje con una tarea específica, entre otras miles de formas, pero en todas ellas también entra en juego el factor de la escapada.
Ahondando un poco más en lo que me refiero con este concepto, se trata no sólo del clásico viaje de fin de semana largo, que se espera con desesperadas ansias y se aprovecha como verdaderas vacaciones, sino de cualquier tipo de viaje que nos transporte a un lugar en el que no convivimos a diario. La escapada abarca por ejemplo un viaje que no tenga retorno, el huir definitivamente, algunas veces sin proponérselo de antemano; porque muchas veces se relaciona con una situación de la que intentamos escapar, y el marcharse del lugar en donde el problema ocurre parece ser lo primero que atinamos a hacer. La escapada no se refiere a un viaje transitorio, sino a un viaje como una solución. Una solución a un problema emocional. Y lo curioso que encuentro en este recurso es que implica principalmente una acción física. La escapada entonces es el viaje al que acudimos con el cuerpo para alejarnos de algo que nos aqueja emocionalmente. Pero la decisión de solucionar un problema mediante el viaje no necesariamente se piense de este modo. El término “huida” o “escape” pued e sonar una opción quizás desesperada, que no se toma en plena conciencia, sino que solamente se ejecuta como último recurso. Sin embargo son muchas las personas que, muy racionalmente, hacen uso de este mecanismo que junta en una ecuación a sus problemas con la idea de viajar, para así conseguir el resultado deseado. Un mecanismo tan simple como el de conseguir en un viaje la distensión necesaria para ver con claridad un conflicto, encontrar ese momento de reflexión que en el vaivén diario no tiene un espacio concreto.
Ahora bien, ¿es realmente necesario un viaje que implique un desplazamiento físico cuando lo que se necesita es un recorrido interno? ¿Es preciso ver las cosas literalmente desde afuera para poder entenderlas, o aún enfrentarlas? ¿Por qué creemos que el alejamiento nos brinda una perspectiva que en la fugacidad cotidiana no se alcanza? ¿O acaso lo que intentamos no es la claridad en el conflicto sino directamente huir de él? Si esto es así, ¿quién nos garantiza que los problemas no vuelven cuando regresamos a la partida, o que aquella tensión no se traslade con nosotros adonde sea que vayamos?
Si bien es muy frecuente utilizar el recurso de la escapada, no solemos cuestionarlo. No nos preocupa el motivo, la efectividad, simplemente huimos y volvemos a huir. Y si no podemos, desearíamos estar haciéndolo. Sin dudas los viajes son placenteros, nos enseñan, nos ponen a prueba. Pero dudo mucho que sean la solución a todos nuestros problemas. Porque en definitiva el alejarnos de lo que nos acompleja dista bastante de resolverlo. Por el contrario, podemos terminar en un autoconvencimiento por olvidarnos de aquello que molesta, dejándolo en ese lugar del que escapamos con el cuerpo, pero del que la mente no se aleja tan fácilmente.
Opino entonces que, sin dejar de fantasear con el viaje como experiencia, debemos desistir de pensarlo como un remedio mágico. Podemos tomarlo como un medio para alcanzar una reflexión que no encuentra lugar en el ajetreo corriente, pero sabiendo que esa reflexión depende completamente de nosotros y no del bronceado de la piel, o de cuánto entendamos la lengua de quien nos rodea en la calle. El cambio de aire puede ayudarnos a refrescar la mente, pero aquella mente debe querer ser refrescada. Y ya que no está en nuestro poder cambiar el modo de vida que nos es requerido, al menos tengamos la prudencia de cuestionarlo; y así no tener la excusa de ese viaje que nunca llega para ocuparnos de lo que merece ser ocupado.

Paula May

43

SALIDA

Se escondía en su casa. Para ella era más como un refugio, ya no se acordaba de la última vez que había salido. Estaba más a gusto ahí que en cualquier otro lado. En realidad la preferencia era una excusa, mala por cierto, para no tener que salir, no interactuar con nada ni nadie. Tenía la extraña idea de que no le caía bien a nadie ahí afuera, y por ende nadie le caía bien a ella. Pero ya ni se acordaba cómo es que había surgido esa sensación. A lo mejor un día, entre el tumulto de gente, alguien la aplastó un poco, o le fue descortés. Más allá de la razón, lo importante es que no quería salir. De todas las opciones que tenía, estaba convencida de que esa era la mejor. El miedo al afuera no es algo fácil de enfrentar. Tiene un nombre de fobia, pero es demasiado complejo para recordarlo, y no viene al caso; todas suenan parecido y al final no se logra distinguirlas. Además, le caía mal lo arrogante que es la gente, que se lleva el mundo por delante. Para ella todos son así. O mejor dicho, comparados a ella. A esta altura ya no se animaba a salir ni siquiera en busca de comida. Por el momento se arreglaba con lo que tenía al alcance. Pero el hambre no era su mayor enemigo en esta instancia. Miraba hacia fuera, observaba a todos y sabía que nadie la veía, pero cualquier mirada que la enfocaba, era razón suficiente para su sobresalto.
Aquel día, como todos, se había decidido a salir. Estaba convencida de que por fin iba a enfrentar sus miedos. En principio, pensaba, debía dejar de llamarlos miedos, o sería un constante recordatorio de sus limitaciones. Entonces decidió resolver el asunto diciendo sencillamente “salgo un rato y vengo”. Así, como si avisara a alguien que la espera con la comida. Comida, no; no había que pensar en comida porque daba hambre. Volvamos a la frase entonces. Es elemental el verbo final. Ese “vengo” indica que no sólo iba a lograr su cometido sino que además volvería sana y salva. Triunfo total. Sólo quedaba decidir cuándo. Se acercó a su ventana, lo más escondida posible –que ya era una costumbre, no hacía falta ni proponérselo–, miró hacia abajo, al suelo, y le dio vértigo. Se alejó lo más que pudo, e intentó calmarse. No se podía echar atrás ahora. Aunque a lo mejor ya era suficiente avance, y debía esperar un día más para tomar coraje. No. Si dejaba pasar el momento, se iría con él esa sensación, ese ánimo, que por alguna extraña razón la invadía aquella mañana. Es ahora o nunca, se dijo. Y al instante se arrepintió de una frase tan drástica, porque si no lo hacía, se quedaría con el “nunca”. Podía cargar con la culpa de no alcanzar su meta ese día, pero no podía resignarse por adelantado por todos los que siguieran. Se quedó solamente con el “Es ahora. (Punto)”. ¿Pero qué significa eso específicamente? Volvió a asomarse, casi olvidando el episodio del vértigo y miró ahora hacia arriba. Una nube pasajera se instaló justo encima. Ah, no. Si va a llover, no. Había encontrado la excusa perfecta. O había encontrado cualquier excusa, y ya era suficiente. ¡Cuán traumático puede ser para la primera salida, con todo lo que eso implica, tener que lidiar además con la lluvia y hasta probablemente rayos y truenos! No, evidentemente el cielo le estaba manando una señal. Todavía parada frente a su ventana, haciendo todo tipo de gestos y refunfuñando, una luz intensa la encandiló y obligó a cerrar los ojos bien apretados. Era un rayo de sol que asomaba gradualmente, al tiempo que la temible nube se alejaba. Se corrió de la abertura, desilusionada. No sólo no tenía razón, con lo que odiaba no tener la razón, sino que se había quedado sin excusa. Ya no le quedaba alternativa, incluso ahora más que nunca, como castigo por haberse llenado la boca con pretextos que ni ella se creía. A pesar de todo, no era tan fácil, y eso lo tenía bien claro. Nunca había sido impulsiva, y aquel no era el momento de empezar. Intentó racionalizarlo una vez más: ¿qué le podría pasar si salía? En su cabeza las respuestas se abarrotaban, pero ella decidió no escucharlas y, en cambio, sincerarse. No lo sabía. Lo que más le asustaba era no saber qué podría pasarle, y no era lo suficientemente valiente como para descubrirlo.
Inmediatamente se replanteó aquella teoría. ¿Quién dijo que no era lo suficientemente valiente como para descubrirlo? Miró a su alrededor, nadie que la desafiara. Claro que no. Era ella contra su propia conciencia. Y esta vez quería ganar ella. Demostrarse que podía ser valiente, tener coraje y salir de frente a la batalla. ¡Como una reina! Habrá que ver si los reyes no pasan días y días agonizando con la idea de salir a lograr su cometido; si no les aterra lo que pueda pasarles ahí afuera, lejos de las comodidades de su reino. No todos pueden ser valerosos. Pero ella sí. Ella sería la reina que liberase a sus súbditos del encierro y alentase, a sí misma y a todos, a vencer los miedos y salir a la intemperie. ¡Ahora la responsabilidad por todos los seres indefensos era suya! Asumió el rol que le correspondía, que le había sido predestinado. Claro que sí. Era el momento, no había vuelta atrás, ni aunque quisiera. Ya llevaba a cuestas la libertad de todo un pueblo. “¡Viva la reina!”, exclamaba, “¡Viva la reina!” repetían a coro las voces del mundo que retumbaban en su cabeza.
Y así, al grito de batalla, una gran legión de abejas obreras disparó sin vacilar rumbo a la salida del panal. El entusiasmo no cesaba, los zumbidos eran estridentes y dinámicos, opacando cualquier otro sonido que intentara hacerse oír.
Y ella, la abeja reina de la colmena, esperó entusiasmada hasta que la última hubo abandonado el refugio. Por fin, se apartó de la puerta y suspiró aliviada. “Mañana, mañana sí que salgo.”

Paula May

42

EL GATO NEGRO

Silbido común. ¡Llamando al explorador del paisaje unísono! La ex pradera asfaltada es testigo de sus pesuñas. La inundación de mañana lo esperó contemplativamente la semana pasada. Y él, una vez más, intentando averiguar qué es lo que pasaba.
Así es. Le gusta estar al sol, aunque nunca abandona la captación de todos los colores posibles.
Esta vez todo parecía ser distinto, aunque sin distinciones individuales del todo para destacar. Silvestre mira el cielo aunque nada de él le pertenezca. El oxígeno circundante en el ambiente parece reclamarle una devolución y se la escupe impulsivamente. El envase en su pata delantera izquierda lo amenaza con hacerle caso a Newton y lo sujeta más fuerte, dándole cariñosamente unos besos al pico para ignorar un poco mejor.
El carro de las flores que nunca nacen lo acompaña una vez más, y la bestia de metal vuelve a abrirle las corredizas servicialmente. Para él era el acto más gentil que podía existir.
Ese día iba a ser menos oscuro, según sus ojos. Una Rata Gigante lo miró atentamente durante todo el viaje y estudió todos sus movimientos y quietudes. Silvestre esperaba alguna palabra que estorbe el silencio, y la botella también. Y así fue. El mensaje lo recibió con suma admiración y tomó prestado el tridente. Mientras, el Pájaro sonríe en la oscuridad.
Silvestre baja del tren en la estación de ayer y mañana. La Rata Gigante seguiría su paso hasta llegar a la última estación y jamás volverían a cruzarse.
Se dirigió, casi desposeído, a deshacerse de las flores mentirosas al mismísimo jardín. Esta vez nada detendría su paso. Con el tridente y su magia rejuvenecida sedujo a la inseductible Felicidad y se abrió a sí mismo un nuevo sendero en su vida.
Silvestre tiene sesenta y cuatro años. Está casado con Felicidad, su amada esposa, desde los treinta y siete. Tienen siete hijos y viven en pleno Centro de la Ciudad de Buenos Aires. Sonrisa afilada y orejas atentas (hay cosas que nunca cambian): recibió el llamado que le prometieron. Finalmente, se le dio el ascenso político que había estado arañando en las ocho vidas anteriores. Llegar al poder no era un asunto para menospreciar, desde luego. Y que el señor Presidente de la Nación personalmente se encargue de dirigirle la palabra por vía telefónica para brindarle ciertas recomendaciones del oficio tampoco era un asunto de todos los días (aunque lo empezaría a ser, desde entonces, supuestamente).
Hermosa quinta. Muy buena elección, según papá Silvestre, de uno de sus siete hijos. A Mala Suerte le había sido encomendado por parte de su padre elegir una linda casita de fin de semana para la familia entera. Parque Leloir, en la zona oeste del Gran Buenos Aires, fue el lugar propicio según el primogénito de Silvestre y Felicidad. Mala Suerte había estado husmeando distintas localidades y tuvo algunas dudas, pero la aprobación y posterior compra de la propiedad por parte de sus padres le hizo sentir que desafiaba a su propia identidad.
Tanto Maullido como Oscuro, otros dos de los hijos del matrimonio de Silvestre, siempre tuvieron ciertos celos por el encubierto favoritismo aparente de sus padres respecto al hijo mayor. Esto siempre fue motivo de peleas infantiles que, al pasar el tiempo, iban apaciguándose sobre la base del secreto en el pensamiento. Ya no lo expresarían directamente, ni siquiera entre ellos, como un rencor consciente. Sería más bien un impulso inconsciente que seguiría latente siempre. Y, obviamente, el asunto de la casa quinta no iba a ser menos indicador de ese supuesto desliz por el primogénito.
Tampoco valía la pena atarse a circunstancias puntuales como esa, pues Silvestre era un buen padre. O, al menos, eso intentaba ser a base de la utilización incipiente de su billetera para cumplir con la sonrisa de sus descendientes.
Por su parte, las gemelas Astucia y Traición engendraban en sus miradas ese tinte mágico de Silvestre. Eran un espejo de él, en ciertas actitudes. Ellas eran muy oportunas, en todo momento. Siempre que papá Silvestre necesitaba algo o estaba por pensar en realizar un acto u otro, ellas eran sus pupilas: veían todo antes de que él lo razone. La vida de ellas era como un mundo aparte en la familia. Pero no por estar apartadas, sino porque con sus formas de ser traducían toda actitud del matrimonio y de los hijos. Eran un símbolo perfecto de todos, unidos y por separado.
Otro de los hijos de Silvestre y Felicidad, Tenebroso, mostraba una actitud más bien un poco distante y contradictoria. Resultaba ser, quizá, un calco de otras vidas de Silvestre: ese que dudaba de todo y de todos, que no comprendía al paisaje ni a los ojos que lo observaban. Era, más bien, el hijo más impredecible de todos. Sorpresivo como pocos, siempre dejaba algo sin dar a conocer. Eso, tal vez, era lo que más le gustaba a Silvestre de él y trataba, inclusive, de tomarlo como ejemplo para su vida política. Es sabido que toda frase de un político debe tener cierto alcance, pero también debe dejar una dosis oculta en su existir, para poder excusarse en futuras decepciones a la plebe que votó pensando que el discurso era cierto. La dialéctica en la vida de Tenebroso jugaba un papel instrumentista en la del propio Silvestre, entonces.
Finalmente, la séptima hija del matrimonio de Silvestre con Felicidad era Pureza. De seguro que esta chica, la menor de todas, era la menos querida de la familia. Así es: a pesar de ser la más chica, cuestión que generalmente hace imaginar que es la más protegida, sobre todo por ser mujer, era la más ignorada y menos reconocida de todas. Hermosa y pura como pocas, Pureza mostraba en sus miradas y movimientos actitudes impropias de su familia. Era una chica muy solidaria y atenta, que en su afán de provocar sonrisas a su alrededor inclusive poco le interesaba ser la menos reconocida. Todo acto que ella realizase provenía de su corazón y no esperaba cosas a cambio, asunto que generaba recelo a su alrededor. Es que no podían entender que un ser muestre tanta inocencia ante cualquier adversidad. Parecía irónico que de ese matrimonio, de esos hermanos y de ese entorno con aspiraciones exitistas de vida haya nacido semejante contradicción y, para colmo, no le importe ser lo que es: tan distinta a lo que se parece.
-“Y bien, el señor Presidente tiene razón en todo lo que te dijo”, acota Felicidad. Silvestre asiente con la cabeza afirmativamente, como un niño en plena educación escolar. Sigue atontado por el llamado. Parece ser que de la ansiedad necesite tomar nota de todo lo que le han recomendado, pero sólo se miró al espejo y contempló su apariencia de ayer. Maullido y Oscuro lanzaron burlas en perjuicio de Mala Suerte, quien no propugnaba ese futuro con sus palabras. Anteriormente había dicho durante alguna cena familiar: “no deberíamos crear falsas expectativas si todavía papá no es senador y nos encontramos en plena campaña”. Astucia y Traición, en ese entonces, lo apoyaron en sus palabras, pero la rapidez mental que las distingue del resto fue suficiente para que cuando Maullido y Oscuro hicieran hincapié en el asunto quedaran, como siempre, bien paradas. Nada alteraría a Felicidad, igualmente.
Pasaron días, semanas, meses. La novena vida va tomando ausencia de color, como el pelaje. Las cuentas bancarias, a fuerza de trabajos sucios, repletas.
El fin justifica los medios, según Traición y Astucia. Felicidad, de a poco, comenzó a dejar de ser la misma de hace unos años. Es que Silvestre tenía actitudes bastante raras, siniestras. Las pupilas de él ya no eran aquéllas que todo parecían iluminarlo en su vida. La vida de político famoso lo había cambiado y había comenzado a estar menos atento para con su amada esposa. Sus hijos, ya todos mayores de edad, de a poco iban cada uno haciendo su vida y poco podían hacer para intentar lidiar con todo eso. Pureza era, en varias ocasiones, la única que prestaba oídos a su madre y la reanimaba.
Felicidad no estaba segura de qué era lo que le sucedía a Silvestre, y decidió seguirlo en reiteradas ocasiones en el camino que emprendía hacia el horizonte, a fin de continuar sacando ciertas conclusiones derivadas de sus actitudes. Quizá esta haya sido la decisión más lamentable para la vida de Silvestre: Felicidad lo vio encontrarse con otra mujer, una noche en un bar.
Felicidad no era de esas mujeres que no sepa reconocer cualquier tipo de debilidad humana que lleve a cometer a alguien errores de esa índole. Pero, teniendo en cuenta las últimas actitudes de Silvestre, y lo distante que se encontraban de la familia los hijos, excepto Pureza, no necesitó saber más nada para escandalizar la situación y, decididamente, marcharse de su casa. Así fue. Ni siquiera quiso dirigirle la palabra a su esposo, ni a sus otros hijos. Tal vez fue una actitud muy dura (y poco madura) de su parte, pero fue lo que su corazón le dictó y así lo realizó. A plena luz del día armó los bolsos y, con Pureza a su lado, se marchó a casa de sus padres.
Tanto Astucia como Traición vivían hace un tiempo por su propia cuenta, y poco se cruzaban con su padre. Mala Suerte, el mimado, era el que más tiempo pasaba con Silvestre. Tanto Maullido como Oscuro eran impredecibles y de vez en cuando se dignaban a buscar a su ascendiente, quizá sólo buscando llenar algo sus bolsillos. Tenebroso era el más impredecible, como ayer y mañana. Silvestre se había enamorado de otra mujer: la misma que Felicidad vio con él en aquél bar. Se llamaba Lujosa y Placentera. Se la había presentado un colega de la Cámara de Senadores. Poco le hizo falta para que esa mujer se deje seducir por él en su momento, ya que cada día que pasaba Silvestre era más famoso, sobre todo por sus relaciones con ciertos personajes mafiosos de la Capital Federal. La billetera hizo su trabajo de hombre.
Ahuyentando la infelicidad, Felicidad pasaba hermosos ratos con Pureza y descubría día a día lo maravilloso que era tener una hija así, algo que quizá nunca había valorado lo suficiente. Pensaba que iba a ser muy difícil olvidar a Silvestre, sobre todo luego del mafioso fallo en la separación de bienes, en la que apenas le fue otorgada una porción de la quinta que tenían en Parque Leloir y uno de los tantos automóviles de la familia. Tanto Astucia como Traición gastaban a su antojo el dinero y manejaban la vida misma de su padre que, cuantos más años tenía, menos podía ver de la realidad. Lujosa y Placentera tenía muy buena relación con ellas, quizá mejor que la que tenían con Silvestre. Mala Suerte era el único de los hijos que prestaba incondicionalmente oídos a su padre, quien inconscientemente era cada vez más infeliz. Felicidad y Pureza, lejos de toda la suciedad, pasaban hermosos ratos en sus vidas.
Y surgió el plan, no tan elaborado. Silvestre tenía cada vez más dinero, y la vejez lo hacía cada vez más torpe. Astucia y Traición, con Maullido y Oscuro estando de acuerdo, y con Lujosa y Placentera como guía de operaciones y un dubitativo Tenebroso, lo estafaron. Le hacían apostar dinero en compañías inexistentes, depositando los fondos en sus propias cuentas. Silvestre, sin razón ni visión, nublado por la infelicidad interna que no quería reconocer, cedía ante cada pedido de sus hijos y nueva esposa. Mala Suerte, tan ingenuo como su padre, creía todo el circo.
Y ahí estaba, en el vagón de ayer, cargando las flores mentirosas del nuevo presente. Las corredizas se abren de nuevo, en acto gentil. Quizá debiera haber llorado de emoción, ya que hacía tiempo que no eran tan servicial para con él. Mala Suerte lo ayudaba con el otro carro, y ambos se dirigían al jardín. El Pájaro sonríe a plena luz, y Silvestre la ve enfrente suyo: radiante como nunca. Acompañada de Pureza, Felicidad tenía la sonrisa más hermosa que jamás habían visto sus tercos ojos.
Y así, llegando a la última estación, sin Astucia ni Traición, sin Maullido ni Oscuro, sin Tenebroso ni Lujosa y Placentera, yacía agonizante Silvestre, ante la ingenuidad de Mala Suerte, la mirada distante de Felicidad y la compasión de Pureza que en sus últimos minutos de vida le tomó la mano y lo acarició hasta que dejó de respirar.

Fabián Saladino

41

ENSAYO: “El Oso hormiguero”

Hallándome desencajado en ese nuevo atardecer mediocre, por su vulgaridad, me dirigía yo, Solitario Juan, a consultar mis esperanzas venideras con una nueva mirada al Magnífico Instrumento. Arma portadora de resplandor eterno en su invención de sonido. Allí se encontraba intacta como siempre, como nunca.
Las hormigas marchaban sin cesar y a base de estruendosos apuros hacia sus guaridas de vidas respectivas. Se pelearán por el primer puesto, como siempre y para siempre, pues llegar antes parece ser más importante y conveniente. Yo, Solitario Juan, era uno de ellos, aunque no entendía bien por qué. Tampoco tenía por qué entenderlo, pues jamás me lo había preguntado seriamente. Asimismo, por si acaso, menos podía llegar a importarme la esencia del trasfondo, ya que el dios Impreso en persona lo convenció al guardián del Magnífico Instrumento de permitirme tenerlo desde allí en adelante en mi poder.
El soplo del nunca perecedero Enero amagaba con ser más sincero de lo que jamás hubiera imaginado.
El clima subyacente en las sierras pampeanas suele ser cálido y seco. Apenas algún que otro llanto yace en el firmamento cuando se tiene la suerte o desgracia de distraer al cíclope dueño de las alturas, al menos momentáneamente.
El Santa Rosa avanza tranquilo, sin excederse en profundidad ni fuerza. Cubre sin ocultar toda presencia rocosa. Quizá tanta belleza fuera culpable de que el hombre construyera un camino por encima de él, sin tocarlo, para no mancharlo con su insulto de humanidad. Una grosería seria sería para tal eterna, hermosa salvajada. Un vómito vulgar de señores que se dicen feudales, resultantes de la pura ebriedad de urbanismo y tecnología.
Con el Magnífico Instrumento se me simplificó enfrentar al siempre desafiante y batallador dragón Rutina, que aliado eternamente con el dios Stress, hijo de Billete, desde siempre se aparece en el camino de quien Nietszche denomina “animal metafórico”. Vaya uno a saber si algún día podré doblegar sus fuegos para siempre.
El secreto del viento me abrazó al partir el Séptimo Diciembre del Milenio. Fue una brisa serrana que me atacó desprevenido. Mi costumbre de besar smog urbano bonaerense se vio engañada por tal pureza. ¿Cómo contrarrestar tal copla si la costumbre irresuelta resulta ser perfume de mil ciento catorce rodados once catorce despidiéndose ante mí al encenderse la esperanza en el ordenador del hormiguero?
Alejado de lo acostumbrado, acostumbrándome a lo alejado, el humus bajo mis talones. Me encontraba yo, Solitario Juan, aglomerado entre árboles que parecían indicarme con paz interior y sinceridad extremadamente profunda el camino; el camino hacia todos lados. Estaban ellos, algunos en puntas de pie. Ninguno quería perderse el recorrido del Santa Rosa. El Magnífico Instrumento había quedado reposando, aguardando bajo techo mi llegada solitaria. Él ya lo comprendía todo, y todo lo comprendía a él. Fue entonces cuando crucé el umbral e inesperadamente encontré eso que tanto esperaba. Estaba todo preparado para mi llegada. Quienes estaban en puntas de pie dejaron de estarlo y comenzaron a agacharse. Me lo dijeron todo. Su hermandad con el Santa Rosa, sus suspiros deliciosos y sus miradas con esperanzas contagiosas, más gigantes que todo el universo entero, más o menos, eran testigos del secreto. ¿Por qué yo? ¿Qué derecho tenía? ¿Qué obligación les di?
La temperatura generalizada en el cemento de la Ciudad de Buenos Aires, o cementerio de las promesas, entre Capricornio y Acuario, resulta ser lo suficientemente absorbida por el siempre erigido asfalto. Cerca de lo acostumbrado, desacostumbrándome a lo cercano, las avenidas bajo mis alas. Me encontraré aglomerado entre calles que parecerán indicarme con urgencia y falsedad redundante el camino, el camino hacia ningún lado. Estarán ellos, algunos resistiendo aún con ojos bien abiertos. Todos querrán perderse la carrera de las hormigas. El Magnífico Instrumento ya no comprenderá nada, y nada lo comprenderá a él. Será entonces cuando cruzaré el umbral y encontrarán eso que jamás esperaban. Nadie estará preparado para mi llegada. Quienes querían perderse la carrera me mirarán esperanzados y se los diré todo. Su desprecio hacia el competir de todo, sus llantos, sus miradas pesimistas y más pequeñas que el sentido de toda la ciudad edificada, cesarán y desaparecerán con el secreto. ¿Por qué no? ¿Qué derechos no merecen? ¿Qué obligación alguna vez les cumplieron?
El Magnífico Instrumento prestaba confusión al imperturbable Santa Rosa. Era una simulación, en realidad. Ambos ya se conocían desde alguna vez, desde alguna otra vida quizá. Cuando traté de mencionar el secreto comprendí repentinamente que él ya lo sabía. No sólo eso: en su avasallamiento de tiempo y espacio ya parecía todo calculado, y al mismo tiempo sin calcular. Él ya sabía que este momento contemplativo iba a darse, pero en su pureza brindaba desconcierto a toda esa maravilla.
Luego de cruzar el dique se ingresa al valle, que abarca una extensa área hasta la parte norte del embalse. Situado al oeste de la provincia y entre grandes sierras, posee las montañas más altas, ríos más caudalosos y embalses más espectaculares. Desde la virgen situada en aquel cerro, o cualquiera de sus hermanos próximos, podía ver y oler las flores en todo jardín.
La Ciudad lo recibe con una abrumada dosis de temor incierto, casi cuestionándole sarcásticamente el por qué de su existencia. El recibirlo de regreso resultaba ser prácticamente un test que él debía superar para volver a encajar en los términos definidos previamente, ya sobreentendidos para cualquier hormiga. ¿Realmente te crees magnífico? ¿Quién dice que tu portador adquirirá características similares por el mero hecho de serlo? ¿Qué puede hacerte creer que no eres otra hormiga? ¿Cómo ahuyentarías la triste felicidad de los que ya no quieren jamás ponerse en puntas de pie para espiar profundidades del hormiguero si, inclusive, tienen hermanos que ni siquiera pueden pararse? Ni hablar si el dragón transmite tus ilusos pensamientos atemporales e irracionales a su dios aliado.
¿Pero acaso él estaba obligado a responder todo eso y todo lo que vendría? ¿Serán concretamente preguntas o simplemente una lluvia mental de círculos viciosos con intenciones de volver a transponer la realidad inventada en hormigón? ¿Acaso en algún momento incluyó en su causa de ser un intento de respuesta a algo?
Su magnificencia sólo es presa de su deber ser jamás indicado. Soy Juan, acompañado del Magnífico Instrumento y de otros dos Osos, con quienes comparto el secreto. ¿Alguien preguntó algo? Me pareció escuchar algo pero sólo oí a Enero.

Fabián Saladino

40

Ituzaingó

*Foto 1: Las vías del tren aparecen vacías ante mi vista, el tren ya se había ido… sólo queda una imagen lejana de aquel transporte en el que viajaba, queda simplemente el vacío… unos cuantos rieles que se estiran hacia delante, van de a pares, y dibujan un camino que se desvanece en el horizonte. El pedregullo se pierde entre los durmientes, que van desplegándose uno a uno a lo largo de las vías… vías que parecen mezclarse en algunos lugares, pero no, son los desvíos que toma el tren para cambiar de rumbo. Algunos árboles se asoman por los lados, pero son pocos y de pequeño tamaño; algunos poseen un verde manzana en sus hojas, que indica que la primavera está cerca, otros hace rato perdieron sus hojas por el otoño que está despidiéndose. Desde el lugar en el que me encuentro puedo observar algo que va más allá de las solitarias vías… más allá de esos alambrados grises que las bordean por los costados, marcando un límite entre ellas y el otro lado. Es el lugar que se encuentra a los lados de la vía, por fuera de los alambrados… es el macizo pavimento que recubre las calles laterales, por donde transitan los aglutinados autos; son las casas que están como pegadas unas con otras: se ve una escenografía zigzagueante de techos, terrazas, tejas, carteles colgados en los frentes de algunos negocios. Pero hay algo que me llama poderosamente la atención, y es que no encontré ningún edificio de varios pisos como en otros sitios que he visitado antes. Lo más alto que puedo ver son unos pinos, a lo lejos. ¿Y más alto? Algo bellísimo, el cielo, vestido de un celeste pálido en degradé, acompañado por nubes blancas que parecen pintadas, como de decoración.
Todo parece como una imagen de embudo, pero es la perspectiva que me engaña.
Mí llegada hasta las vías: Me levanté por la mañana, tenía que partir hacia aquel lugar. Alguien pasó por mi casa a buscarme, era quien iba a acompañarme en mi viaje. Vamos caminando hacía la parada del colectivo, tenemos que tomar el 343 que va para Ciudadela. Subimos al colectivo y nos sentamos atrás. Durante el trayecto, sólo miraba por la ventana y hablaba con mi compañero. Cuando me quedaba pensante, aparecía en mi mente el momento de llegar y nada más. Ya habían pasado cuarenta y cinco minutos desde que partimos. Llegamos a la estación de tren, del ferrocarril Sarmiento.
Ese día el tiempo nos jugaba una mala pasada, perdimos un tren y luego estuvimos casi media hora más esperando que apareciera otro. Caminábamos por el andén, charlamos, nos sentamos, compramos algo para comer y pasar el rato. Más tarde, sentimos una fuerte bocina que se acercaba cada vez más. Ahí estaba, el tan esperado tren. Subimos sin apuro, no había mucha gente como lo hay de costumbre; ¡tuvimos suerte y encontramos asientos! Allí sentía cierta somnolencia, sería por la pesadez del ambiente, o también por el solcito que pegaba en mi ventana. Luego me despabilé, cerca estaba la estación donde debíamos bajar. ¡Finalmente llegamos! Era la estación de Ituzaingó.
Una vez que bajamos del tren, subimos a un puente para pasar del otro lado de la vía; ahí me quedé, no quise caminar más, simplemente miré… contemplé por un instante el paisaje que podía ver desde aquel lugar: las vacías vías, del tren que acababa de pasar.
Sonido: al partir el tren, escuché una fuerte bocina, que indicaba que el tren debía partir hacia la siguiente estación.

*Foto 2: Parece la entrada a un frondoso jardín que me invita a pasar por allí, todo está cubierto de verde, todo está tranquilo y no veo a nadie pasar. Por un camino de grises baldosas me interno para ver un poco más de cerca; encuentro un banco pintado de blanco y de bordes color ladrillo, el banco se me hace muy familiar, como si lo hubiera visto en algún otro lugar. Desde el sitio, donde me quedé parada viendo aquel banquito, pude observar una imagen de postal; el tupido pasto que rodeaba el camino se extendía como una alfombra a mí alrededor, sobre él también se erigían exuberantes árboles. Simples arbustos, con sus flores de pálido color, un tenue blanco, crema, cobre, que los embellecían. Los típicos árboles de grandes copas, unos con un verdoso follaje, otros con sus simples ramas vacías que se extienden a lo alto, como si buscaran llegar al cielo. Las palmeras deslumbraron mi visión, no por ser el plano principal, sino porque se intercalaban, en diferentes tamaños, en aquel gigantesco jardín. Todo ello parecía pintado para un cuadro. Por encima de ese paisaje natural, volvía a apreciar algo que vi no mucho antes. Un cielo, que está vez tenía un color más fuerte, un celeste como el de la bandera de mi nación. Ya no había muchas nubes, sólo algunas, de un blanco algodón.
Detrás de todo ese pasaje que maravillaba mi visión, percibí algo más. Eran negocios que se encontraban del otro lado de la calle, decorando el fondo de la imagen. Me hicieron volver a la realidad, ya no estaba en un bosque, estaba en la plaza de ese barrio.
Mi trayecto hasta la plaza: Luego de ver el tren que se iba a lo lejos, bajamos las escaleras de cemento, y caminamos. Lo primero que observé en la primera cuadra caminada, fue una panadería con muy poca gente, arriba había un gimnasio pero estaba cerrado, como la mayoría de los negocios ese día. Íbamos hablando, él era como un guía turístico, me mostraba los lugares, y ya sembraba cierta expectativa de lo que me encontraría. Cruzamos la calle, caminamos una cuadra más. Ya no eran sólo comercios los que veía, aparecían casas, no muy diferentes de donde vivo, pero el sitio en sí si era diferente. Antes de llegar a la esquina puedo ver algo bellísimo, una plaza. Dejamos pasar algunos autos que rondaban por allí, y finalmente cruzamos hacía esa vereda donde caminé unos pasos más, seguida por mi compañero, y le dije que quería detenerme un momento ahí. Suspiré, y respiré profundo otra vez. Tuve una sensación de alegría al estar en contacto con algo de naturaleza. Sólo deseaba quedarme un instante más… y disfrutar de esa sensación que recorría mi cuerpo.
Sonido: Fue el canto de un pajarillo el que hizo cerrar mis ojos y escuchar la brisa que me hacía una caricia.

*Foto 3: Aquella construcción llama mi atención. Era algo que no veía hace mucho tiempo, desde que terminé el secundario. Unos árboles de tronco fino y de hojas livianas que movía el viento, cubrían un poco la visión de ese lugar. A un costado de la ancha vereda había un banco parecido al de una plaza, todo de color blanco, pero sucio, porque estaba a merced del clima y de la gente que pasa por allí; justo frente a él se encontraba la imagen de una virgen como empotrada dentro de la pared; la imagen era pequeña, representaba un simple altarcito.
Más adelante unas escalinatas de piedra oscura se levantaban del suelo, y daba pie a una gran entrada. Allí había algunas personas, un hombre de mediana edad, sentado y otro parado junto a su bicicleta. Quizás esperaban entrar, quizás sólo descansaba un poco. Las entradas eran tres, una enorme puerta en el medio, con su extremo superior en forma de parábola, y a los lados unas engrosadas columnas blancas que sobresalían un poco de la pared. Las otras dos entradas se encontraban justo a los costados de la principal, eran exactamente igual a aquella, sólo que de un tamaño menor. Todas se juntaban por una estructura que terminaba en lo alto en forma de triangulo, como una suerte de techo adornado con tejas; era parte del frente de la iglesia, toda pintada de blanco y con las puertas de madera. Este gran frente ocupaba buena parte de la vereda, como si fueran dos o tres frentes de una casa de tamaño medio.
Por encima de esta estructura había algo más. Una pared, también de importante tamaño, que contenía una pieza que solía utilizarse en tiempos añejos. Era un Vitro, no se podía apreciar muy bien el dibujo que formaba, pero sí se estimaban los típicos vidrios de colores que ilustraban parte de esa obra. Encima de aquella obra artística, unos trazos de líneas de material componían una figura, una cruz. Ese símbolo fue el que determinó que me encontraba frente a una iglesia.
Mi encuentro con la iglesia: En el momento en que volví a la realidad, mi compañero me miraba, todavía estábamos en la plaza. Me dio un poco de vergüenza, le dije que quería seguir caminando. Lo tomé de la mano y emprendimos nuestro andar.
No fuimos muy lejos, el recorrido fue tan sólo cruzar la calle. Desde allí ya la podía ver. Me trajo recuerdos, quise apreciar el pasar por ese lugar… la miré desde la vereda de enfrente. Sólo pensaba en meditar un momento, me dieron ganas de entrar, pero no pude. Sentía que no era el momento, que tendría que dedicarle su tiempo. Ahora debía seguir con mi recorrido.
Sonido: No escuchaba nada, en ese momento, quizás sólo confundía el murmullo de las personas que estaban cerca de mí, con el viento.

*Foto 4: Comencé viendo el semáforo y el reloj de pie que estaba delante de mí, eran como los teloneros de lo que se encontraba por detrás. Esta vez, desde una esquina, las veredas se veían aún más anchas, y había muchos arbolitos que desfilaban en hilera por ellas. Lo que podía apreciar en ese escenario no era más que otro edificio que devolvía a mi mente, recuerdos de una felíz infancia. Era un gran establecimiento, tenía seis columnas blancas de poco grosor que servían de sostén; presentaban el frente del lugar, y daban paso a una galería. Allí se encontraban los portones, que tenían un color verde oscuro; eran cuatro, para que todos pudieran ingresar sin empujarse.
Las paredes estaban escritas; era una combinación de graffitis y dibujos raros que no logré distinguir. En la pared lateral del lugar, también había algunas ilustraciones, pero éstas no eran malintencionadas, eran murales hechos de manera prolija. Lo que quedaba de las paredes estaba pintado de blanco, y la parte superior forrada con pequeños ladrillos a la vista.
No pude escuchar el sonido de la campana, no pude ver a los niños corriendo por llegar, no era día de escuela, todo estaba vacío, todo estaba cerrado. Pero una vez más allí estaba, quien me sigue por todos los paisajes que visito, su celeste no cambió, sigue igual, como las nubes que lo acompañan.
Mí llegada a la escuela: Cuando dejé la iglesia atrás, ahora fue mi compañero quien me tomó de la mano y me tironeó para caminar. Lo notaba muy entusiasmado por mostrarme algo, yo miraba a mi alrededor, pero no podía ver nada que me llame la atención, algunas casas, la plaza que quedó atrás, pero nada más. Al llegar a la esquina, paramos. Sólo habíamos caminado unos metros luego de la última visita. Y ahí me la señaló. Era un colegio, donde él había ido de chico. Mi emoción cambió, a veces pensaba en cuanto extrañaba ese lugar, los momentos felices y divertidos que pasé allí. Crucé a la esquina de enfrente, quería verla en su totalidad, y ahí me quedé volando a lo lejos con mis recuerdos.

Sonido: De repente bajé nuevamente a la realidad, suelo irme por largo rato, era mi amigo que me llamaba. Crucé la calle y me reuní con él para continuar.

*Foto 5: Es un lugar muy común, por donde pasmos todos los días. No es una simple vereda, es la calle misma. Como quería una buena vista de ella, me paré en la mitad y miré hacia lo lejos. Principalmente se destaca el asfalto gris, lugar por donde han pasado miles de autos, colectivos, personas. Se nota que es antiguo, las grietas no mienten. Allí se refleja el sol y la sombra de algunos árboles. Es como un camino sin fin. No percibo el horizonte, sino que más bien veo un túnel hacia el final. Los costados están mojados, es el agua que sale de las casas y desagota directamente allí, en la zanja. Las ruedas de un auto rojo que está parado a mitad de cuadra, están mojadas también.
A los lados de la calle, las veredas comienzan luego del cordón, en algunos casos, con verdes alfombras de pasto que las decoran, en otros con ornamentales baldosas de diferentes diseños y colores. Sobre ellas se erigen unos cuantos árboles de grandes copas, pero con algunas pocas hojas que están floreciendo, esperando por la vivaz primavera. Sin embargo, estas arboledas, también forman parte de ese túnel que antes mencioné; en lo alto de sus copas se juntan de un lado y del otro, acercándose para cubrir la calle. A lo lejos, la perspectiva me deja ver esto. Desde donde estoy parada, puedo ver perfectamente el sol que encandila mi mirada. Y allí mismo sigo viendo el cielo, otra vez con un tono de celeste más pálido que se mimetiza con las nubes.
Por la otra calle perpendicular a mi, veo una persona cruzar, no me ve, estoy alejada de su vista… solamente sigue su camino.
Mi encuentro con la calle: Mi mente ya había recordado bastante, quería ver otra cosa, pero que esta vez fuera diferente. Caminamos nuevamente, no se me ocurría algo original. Miraba las casas, los autos que pasaban, alguna que otra persona que andaba por ahí. Fueron casi dos cuadras, no podía creer donde me encontraba. Quizás fue una loca idea, pero vi una calle que me llamó la atención y simplemente quería apreciar ese panorama. Dejando a mi compañero en la vereda, crucé la calle, pero no llegué hacia el otro extremo, me quedé en el medio, parada. Y allí simplemente observé, como lo había hecho con los otros lugares que visité.

Sonido: Ahora no había eco de ningún pájaro, no había personas hablando, no había autos pasando. Solo escuché el susurro de la brisa de esa tarde…

Georgina Vicente

39

“El viaje profano” de Ricardo Forster

En “El viaje profano” hay un ensayo literario pero también filosófico donde se habla del viaje no entendido en el sentido material sino mas bien en el espiritual y que tiene su origen en la modernidad. Se trata de un viaje alejado de la realidad material y del presente, en búsqueda de lo nuevo, de lo desconocido. “El viajero profano es aquel que no se detiene ante las prohibiciones, que siente el deseo de lo nuevo allí donde lo establecido intenta cerrarle el camino. Un viaje iniciatico y de descubrimiento, un ejercicio de la transgresion que lleva al viandante hacia zonas inesperadas.” Desde sus diversas formas, solitario, utopico, melancolico y transgresor, el itinerario profano es el itinerario del hombre moderno y representa el conflicto entre el deseo de lo infinito y los limites de la finitud humana. El movimiento que mejor da cuenta de este tipo de viaje es el romanticismo, que “desplego, entre el sujeto y el mundo, la potencia demiúrgica de la imaginación, ensancho los limites de lo posible y logro que las formas fantasmagoricas del sueño encontrasen un lugar en los lenguajes sociales, intelectuales y politicos. […] El viaje romantico traza un recorrido que nuestra sensibilidad contemporanea no alcanza a comprender; un recorrido soñador, una consciencia abrasada por la urgencia de penetrar en los secretos del mundo, una intensa red de invencion, de peregrinación hacia lo verdadero.”
El romanticismo atraviesa los limites de la facultad logica reemplazandola por la facultad imaginativa, a traves de la cual inicia un viaje hacia la interioridad del Yo en búsqueda de otros lugares posibles, de otras realidades. Esto sucede porque, cuando la revolucion francesa fracasa, tambien fracasa la razon iluminista, que paso de ser critica a instrumental: es el fracaso del hombre dentro de los acontecimientos historicos lo que impulsa al poeta romantico a iniciar un recorrido espiritual que fue alejandose progresivamente de lo real, pero que permitio a los hombres soñar con otros mundos e imaginar que el paraíso terrenal era posible.
Forster señala que en la epoca actual nosotros tambien hemos hecho lo contrsapuesto al itinerario romantico; nos hemos alejado de toda accion sin renuncia para terminar en una resignacion destemplada. La figura del intelectual antes garantizaba una sensibilidad critica, pero después fue perdiendo esa capacidad y ahora no es mas que “un mero relator sin sueños ni utopias.” La solucion entonces parece ser el viaje romantico como un regreso al origen,este es el modelo de todo viaje: el rescate y la valoración del pasado, de la memoria. Porque el pasado representa:
-“Esa potencia que se vuelve metáfora y ficcion, aventura y descubrimiento.
-Es nuestra verdadera patria, de alli partimos y hacia alli volvemos en el ocaso de nuestras vidas.
-Nos hace personas, el presente nos lanza a la indiferenciacion.
-No opera solo como nostalgia o como bloqueo emocional de un presente devastador, sino que irrumpe con la fuerza de la critica, da cuenta de un profundo malestar que puede permitirnos recobrar la independencia espiritual frente a una epoca que devora todo gesto de distancia critica y de cuestionamiento radical.”
No se trata de oponer romanticismo y razon, sino de hablar de razon romantica como un viaje que hace el recorrido opuesto al de la razon ilumunista ya que, a diferencia de esta, no busca convertirse en dominadora de la naturaleza. En vez de eso, la razon romantica viaja sin certezas ni objetivos prefijados y representa un conocimiento no instrumental. Es la valoración del pasado y de la historia el gran aporte romantico y es algo que debemos tener siempre presente, porque si dejamos de tener en cuenta el pasado como nuestro punto de partida hacemos de el tan solo “piezas de museo.” Esto es lo que sucede en la actualidad, por eso Forster sentencia: “nuestra epoca ha dejado de viajar.”
“Esos viajes hacia el pasado en busca de un origen perdido alimentaron, durante siglos, a una humanidad necesitada de transformar las miserias del presente; formaron parte esencial de la arquitectura utopica y de los movimientos sociales que conmovieron a una historia que parece haber quedado a nuestras espaldas.” El futuro del intelectual estaria condenado al autoencierro de el y su memoria de modo que solo se dedicaria a escribir ensayos que busacaran producir un efecto estético en el lector pero que no intentaran dar cuenta de una postura critica de lo real desde el estadio de la etica. Hay una necesidad de que se vuelva a expresar en la escritura el malestar ante la cultura y la sociedad contemporaneas; la propuesta de forster ante esto es “volver al sentido abierto y desprovisto de cetezas del viaje moderno.” “Viaje profano que todavía espera a que la dura corteza de la realidad revele la presencia indispensable de esos otros mundos imaginarios que le otorguen al pensamiento y a la escritura otra oportunidad.”
El objetivo de este autor en este ensayo es hacer una critica del tiempo presente con respecto al pasado: lo que antes habia de valioso para el progreso de la humanida ahora se ve menospreciado en una epoca que, por subestimar el pasado como su punto de partida ya no realiza el viaje más importante de todos, a saber, el itinerario espiritual de la capacidad critico reflexiva. Ricardo Forster (1957) es doctor en filosofia por la universidad nacional de Córdoba. Ha cursado estudios de Historia y Filosofia en la universidad autónoma de México, en la universidad del salvador (Argentina) y en FLASCO. Es profesor titular de grado y posgrado de numerosas universidades nacionales e internacionales: UBA, universidad nacional del gral. San Martin, universidad nacional de Rosario, universidad de Princeton (EE.UU.), Instituto Tecnologico de Monterrey, etc. Entre sus ensayos se encuentran W. Benjamín-Th. Adorno, el ensayo como filosofia (Ediciones Nueva Vision, 1991), Itinerarios de la modernidad (Eudeba, 1996), El exilio de la palabra (Eudeba, 1999), Walter Benjamín y el problema del mal (Altamira, 2001). Su texto “El viaje profano” pertenece a la segunda edicion de Pensamiento de los confines, una revista de ensayos que aborda los campos de la literatura, la cultura, la estetica, la teoria critica y la filosofia. Es editada por Fondo de Cultura Economica Argentina y se publica semestralmente desde 1995 con su formato alargado. El gripo fundador de esta revista y que compone su comité de direccion esta integrado por Nicolas Casullo, Alejandro Kaufman, Matias Bruera, Greglorio Kaminsky y Ricardo Forster quienes, ademas de ensayistas, escritores, novelistas, polemistas y bohemios, son docentes e investigadores universitarios.

Cristina Chinchi García

38

Un análisis bárbaro de china.

Henri Michaux es conocido tanto por sus pinturas y dibujos cómo por su trabajo literario. Nació en 1899 en Namur, Bélgica y falleció en 1984 en París. Estudió medicina en la Universidad de Bruselas, pero en 1919 decidió enrolarse en la marina mercante francesa. Con ella viajó a Río de Janeiro y Buenos Aires. Cuando regresaba a París, estudió literatura. Entre 1931 y 1932 hizo un viaje por Oriente que le proporcionó el material para escribir el libro “Un bárbaro en Asia”, que publicó en 1933. Este libro es una descripción de Asia desde el punto de vista de un turista que recorre tierras previamente desconocidas para él y que lo maravillan. Es sin embargo, una obra cuestionadora ya que con sus palabras exalta la grandeza de china, depreciando la cultura occidental. Es un libro irónico y alegre, lleno de ingenio, de intuiciones agudas y profundas. Construido con frases cortas, los comentarios de Michaux tienen un tinte poético. El texto “Un bárbaro en china” es parte de este libro.
A través de sus palabras con símbolos bárbaros, el autor del texto nos traza un mapa de la cultura china. Hace un contraste con la occidental, su propia cultura, y da cuenta de la impactante complejidad características de la cultura analizada.
La complejidad parte de un punto de origen: el idioma. “El idioma chino no ha sido hecho como los demás, por una sintaxis atropellada y ordenadora. No se han hecho las palabras con dureza, con superioridad, método y redundancia, de una aglomeración de sílabas retumbantes, ni por vía etimológica. No, son palabras de una sílaba, y esa sílaba es indecisa”1. Esta sílaba encierra una agrupación de significaciones, que demuestran la facultad del chino de reducir el ser al ser significado; de elegir un detalle para representar el conjunto. Para ejemplificar esto, el autor enumera los signos que componen el carácter de silla, y son árbol, grande, suspirar de gusto con admiración, entre otros. De esta forma, el objeto queda representado aparente y discretamente, sugerido por elementos del paisaje.
Esta complejidad llega a todos los aspectos de la vida y cultura del chino. Con respecto a la historia del país, vemos como fueron ellos los auténticos inventores de cosas como “la carretilla, la imprenta, el grabado, la pólvora de cañón, la mecha, la véngala, el barrilete, el taxímetro, el molino de agua, la antropometría, la acupuntura, la circulación de la sangre, tal vez la brújula, y muchas cosas más.” 2 Son hábiles, y cómo inventaron todas estas cosas, podrían también haber inventado el tenedor, pero al no requerir destreza para su utilización, no se sienten cómodos con el utensilio y comen con palillos, difíciles de usar. Son grandes trabajadores de pequeñas tareas.
En el arte se vuelve a evidenciar el disgusto de este personaje oriental por lo simple. Tanto en la pintura como en la poesía, hay una fuerte relación con el paisaje. Michaux caracteriza a la pintura como limpia, con éter entre las cosas en vez de aire, con ausencia de impresionismo; “los objetos están dibujados, parecen recuerdos. Los objetos están presentes y ausentes a la vez (…)”3. Esto nos remite nuevamente a la significación, a la idea de pintar al ser significado.
El objeto de los poemas chinos es también el paisaje. Pero es siempre tratado de una forma compleja donde no se explicita nada, sino que más bien, “se deduce de ellos el paisaje y su atmósfera.”4 Es una constante alusión. Son prácticamente imposibles de traducir debido a que cada palabra que lo compone es un paisaje en si mismo.
En la manifestación artística que es la música, vemos una melodía particular que, según dice el autor, no todos los occidentales pueden apreciar. Él la describe como humana, bonachona e infantil, popular y muy de “tertulia de familia”. A diferenta de la música europea, que es considerada por los chinos como algo similar a una marcha de guerra, la oriental es pacífica y exenta del deseo de batalla. Es “una orquesta hecha de estrépitos que subraya e interrumpe la melodía”5. Esta práctica también nos conduce entonces al deseo de evitar lo sencillo y obtener como resultado una música curiosa, que casi parece un barullo.
El teatro está íntimamente ligado a la música, ya que ésta define el género de la obra. Los chinos hacen teatro para el espíritu. El autor francés expone que ellos son ahora los únicos que saben representar teatralmente ya que los europeos se limitan a presentar, no hay alusiones y todo está en la escena. Inclusive, los chinos, para cauterizar a un personaje lo hacen a través del traje y del maquillaje: rojo es valiente, blanco con una raya negra es traidor.
Más allá del arte, el autor entremezcla aspectos característicos de los chinos como personas. Habla de su temor a la humillación, que se funda desde pequeños. Esto los lleva a utilizar modos en extremo corteses para cuidar de los sentimientos del otro. Habla también de su tendencia a ser pacífico. Se han vuelto cobardes, dice Michaux, debido a que su educación tiende al pacifismo. La agresividad y el combate constante escapan al chino. Menciona luego la habilidad y el afán por imitar del hombre de la China; es tan aficionado a ésta que hace que las personas se pongan incómodas. Los filósofos han tomado dicha práctica como base de la moral, una moral de ejemplo. Imitan la conducta llena de equidad y sabiduría que esperan de los gobernantes y que valoran considerablemente. Pueden sobreponerse a muchas cosas si el gobierno es bueno, y para ejemplificarlo, el autor menciona una historia del filósofo Confucio y una mujer.
Con respecto a la muerte, tienen una concepción diferente a la occidental; no le temen. “Un viejo que no sabe morir es un golfo.”6 Así dice un filósofo chino citado por Michaux. Se sienten cómodos con ella y las tumbas, que ocupan la tercera parte de china, no asustan a nadie, sino que como dice nuestro guía por la cultura china, invitan.
Finalmente, el amor chino parece ser diferente a cualquier otro. La mujer determina un tipo de relación amorosa que no se asemeja a otras. Ella se ocupa del hombre; se pone al servicio de este sin bajeza. Tiene tacto e inteligencia, es afectuosa, y “cuando habla de amor, puede hablar indefinidamente y no cansa, puede hablar de otra cosa, como lo hace tal vez: tiene el lenguaje del amor (…)”7. La mujer, sin embargo, no erotiza al hombre, ni el hombre a la mujer. Son sensuales pero de modo delicado.
De esta forma, este viajero bárbaro nos lleva por un recorrido lleno de colores, sonidos, paisajes y sensaciones que no dejan de asombrar a un lector tan bárbaro como él.

Referencias:
Michaux Henri, Un bárbaro en China, Cuadernillo de Viaje y Escritura parte II.
Publicado dentro del libro Un bárbaro en Asia, Barcelona, Tusquets, 1984.
Wikipedia:
http://es.wikipedia.org/wiki/Henri_Michaux

Amparo López

37

Trazando el mapa de “El viandante en el mapa”

Italo Calvino nació en Santiago de las Vegas (Cuba), en 1923. Era hijo del botánico y agrónomo Mario Calvino y la profesora de botánica Evelina Marnelli, que regresaron a Italia dos años después de que Italo naciera. El escritor estudió de agronomía en la Universidad de Turín. En tiempos de la Segunda Guerra Mundial formó parte de los de la Resistencia Italiana y se unió al Partido Comunista Italiano el año 1944, opción política que terminará abandonando en 1957. Cuando culmina la guerra, Calvino abandonó la agronomía para estudiar literatura en la misma Universidad de Turín, graduándose en 1947 con una tesis sobre el escritor Joseph Conrad. Escribió textos tanto realistas como fantásticos, desarrollados desde una postura irónica. Sus obras mas famosas fueron "El sendero de los nidos de araña" (1946), su primera novela, y la trilogía "Nuestros antepasados", comprendida por los siguientes títulos: "El vizconde demediado" (19529, "El barón rampante" (1957) y "El caballero inexistente" (1959). Murió en 1985 en Siena a los 61 años.

Su texto “El viandante en el mapa” pertenece a un grupo de textos escritos por el autor que se publicaron en un libro bajo el nombre de “Colección de arena”, en 1998. Los artículos de dicho libro son descripciones que Calvino hace desde una postura de observador, de “turista de la cultura” (1), sobre “objetos capaces de estimular una reflexión” (1). Para ello, el escritor italiano recorrió museos, excavaciones arqueológicas, jardines zen en Kioto entre otros lugares. Los textos del libro se agrupan en cuatro partes: “Exposiciones-exploraciones”, sobre todo, descripciones de objetos; “El rayo de la mirada” y “Exploración de lo fantástico”, que tratan de obras de arte o de imágenes que han llamado su atención; y «La forma del tiempo», que describe cosas vistas en países lejanos y exóticos.

“El viandante en el mapa”, el texto en cuestión, trata de los mapas. Comienza con una definición de un mapa geográfico, y es la representación de “(…) la superficie del suelo como vista por un ojo extraterrestre” (2). Una imagen lineal, relacionada al viaje, donde el mundo es plasmado con representaciones a escala. También habla en su texto de la cercanía que algunos antiguos mapas tienen con la pintura de paisajes; el decir, el arte. Calvino cita el caso de un rollo japonés del siglo XVIII. “Es un pasaje simple agradable de ver, sin figuras humanas, aunque lleno de vida concreta [que] (…) invita a identificarse con el viajero invisible (…)”. (2) Aquí, alude a la idea de un recorrido, y menciona la satisfacción que produce hacer un viaje tanto en la vida como en la literatura. Hace así una conexión con la narración. El escritor dice “El mapa geográfico, en suma, aunque estático presupone una idea de narrativa, es concebido en función de un itinerario, es Odisea” (2). Esto me hace pensar que el mapa es como el sitio de la narración; no solo un mapa geográfico, sino también un mapa de la narración misma.

Calvino explica que desde sus orígenes, la cartografía tiene la necesidad de abarcar en una imagen tanto la dimensión del espacio como la del tiempo. Con esto se refiere a un tiempo como historia del pasado, y a un tiempo futuro. Menciona por ejemplo, los mapas de los aztecas llenos de representaciones histórico-narrativas; donde aparece la idea de una historia, de algo que se cuenta. Y a su vez, la proyección en los mapas que se muestran los obstáculos que a los que el viajero va a tener que enfrentarse en su viaje.

Luego cita una exposición: “Mapas y figuras de la tierra”, en el centro Pompidou de París. Aquí él habla de la relación entre la cartografía, los mapas de la tierra, y los mapas del cielo. Habla de cómo están relacionados, o más bien de cómo fue necesario el uno para el otro, para que el estudio de ambos evolucionara. “La redondez de la tierra y la cuadratura de las coordenadas se evidenciaron como proyecciones del esquema del cosmos en nuestro microcosmos” (2). Se remonta a la época del Rey Sol, quien hizo que se le construyera un globo terráqueo y otro del firmamento para él. Este globo terráqueo era constantemente cambiado, a medida que se descubrían nuevos lugares en el mundo real. Nuevamente, hay una relación con le tiempo pasado y el futuro, y una narración. “(…) solo con el progreso de las exploraciones lo inexplorado adquiere derecho de ciudadanía en el mapa. Antes lo que no se veía no existía.” (2). Además, el descubrimiento de nuevas tierras disminuye cada vez la importancia de aquellas zonas ya conocidas, antes únicas. El imperio romano solía ser para ellos la totalidad del mundo. “La moral que se deduce de la historia de la cartografía consiste siempre en reducir las ambiciones humanas.” (2).

El autor también comenta acerca del paralelismo que se da entre el conocimiento que demanda la cartografía de lo inexplorado, con el conocimiento del propio hábitat. Esto significa que “Entre la cartografía que mira hacia afuera y la cartografía que se

concentra en el terreno familiar, hay una relación constante.” (2). Por ultimo, Calvino hace una conexión entre la cartografía y la “propia geografía interior”. Esta vez, no tiene que ver con el hábitat al que pertenecemos y nos es familiar; sino con una introspección, una lectura de nuestro interior. Esto lo relaciona a su vez con la psicología, con el “Mapa sentimental” de Mlle, de Scudéry. Él asemeja los sentimientos (por ejemplo, la indiferencia) con objetos de la realidad que aparecerían en un mapa (por ejemplo, un lago). Y finalmente esto deriva en el psicoanálisis: “Esta idea topográfica y extensiva de la psicología, que indica relaciones de distancia y perspectivas entre las pasiones proyectadas sobre una extensión uniforme, cederá el lugar con Freud a una idea geológica y vertical de psicología de lo profundo, hecha de estratos superpuestos.” (2).

Con respecto a la forma en que esta escrito el texto, el autor lo hace de forma particular. Las primeras oraciones de cada párrafo suelen ser la idea central del mismo que luego explica con ejemplos y se explaya en ellos. Es una forma de escribir que, a mi parecer, tiene el atributo de ser clara y de dejar las ideas centrales bien establecidas. Además, los párrafos sieguen una línea; los temas se suceden con coherencia y hay una relación con el anterior y el posterior. Esto sin embargo, se ve mas claro en una segunda lectura del texto.


http://www.alohacriticon.com/viajeliterario/article34.html Biografía.

http://www.siruela.com/catalogo/catalogo.php3?ficha=456 (1), Ediciones Siruela.

(2) “El viandante en el mapa”, Colección de arena, Italo Calvino, 1998.


Amparo López

36

Pensamientos de viaje.

Walter Benjamin nación en 1892 en de Berlín, Alemania. De origen judío, tras la subida del nazismo al poder huyó a Francia donde escribe sus principales obras. Sin embargo, al invadir los nazis Francia, intentó huir a Estados Unidos a través de la frontera española, pero el gobierno de Franco le nego el paso de los refugiados hacia Lisboa. Estando en Port Bou, Benjamín, decidió quitarse la vida el 25 de septiembre de 1940. Estudió filosofía en Berlín y Turingia y se hizo ensayista y crítico literario. Fue teórico marxista y filósofo estético alemán. Fue allegado a la Escuela de Francfort, pero no miembro ya que ésta rechazo su tesis doctoral, un estudio del drama barroco alemán titulado “El origen de la tragedia alemana” (1928).
Una de sus obras es “Cuadros de un pensamiento”, publicado en Buenos Aires en 1992 por la editorial Imago Mundi. En el cuadernillo aparecen tres distintos textos que conforman dicha obra. El primero, “Omelette de moras”, es una pequeña historia. Cuenta un encuentro entre un rey y su cocinero. El Señor le pidió al otro que cocine un omelette de moras que tuviera el mismo sabor que había tenido uno que él había comido de joven. Entonces se encontraba perdido y con hambre luego de haber escapado con su padre de una guerra. En el bosque encontraron a una anciana que los invitó a su casa y les hizo omelette de moras. La condición del rey fue que el omelett que su servidor debía hacer, tenia que tener el mismo sabor, que lo reconfortara de la misma forma. Si lo lograba, el cocinero se casaría con la hija de su señor. Si no, sería ejecutado. El cocinero, luego de oír la petición, le pidió al rey que lo matase ya que sería incapaz de cocinar un omelette que hiciera sentirlo de la misma forma: “¿cómo habría de condimentarlo con todo aquello que saboreaste aquella vez?”(1). Finalmente, el rey le perdonó la vida. El relato me pareció ingenioso. Pude también relacionarlo con los viajes; con un cambio en la perspectiva de todos los sentidos por estar en una situación diferente a la habitual. Como en el caso del rey cuando joven, ese omelette resulto único debido a la citación extremadamente inusual en la que se encontraba.
El segundo texto se llama “Las novelas policiales en los viajes”. Este texto me resulto bastante interesante. Aquí habla de los viajes en tren y el mundo que se crea en torno a ellos. Habla de dioses del ferrocarril; el dios de la caldera “(…) que arde a través de la noche, de las náyades de humo que se mueven encima del tren”; del demonio de lo sacudones, “el señor de todas las canciones de cuna.”(2) Habla de la “(…) sucesión de pruebas míticas y peligros que se presenta(n) al espíritu de época en forma de “viajes de ferrocarril” (2). Ingeniosamente, Benjamín crea toda una mitología en torno a un simple viaje en tren. También alude a los límites espacio-temporales que se dan en situaciones como estas. A las llegadas tarde, que significan la perdida del tren, a la soledad del compartimiento y el terror a lo desconocido al que uno se enfrenta al llegar a un andén desconocido. Se plantea un paralelismo entre el viaje y un cuento, una pesadilla. Propone sin embrago, una solución a estos miedos que aquejan al viajante y consiste en “(…) anestesiar un miedo mediante otro.” (2) Con estos nuevos miedos, se refiere a los que produce una novela policial. Concentrándose en un libro que a su vez produce nuevas tensiones, o como dice Benjamín, “(…) pesadillas ociosas, de cierto modo vírgenes” (2), el viajero puede contrarrestar las pesadillas arcaicas del viaje. También propone historias más amenas como Sherlock Holmes, que son absorbentes y hacen del viaje un trámite menos tedioso. Luego, da un último giro donde habla de lo que el viaje brinda a la lectura. Acierta al decir que la lectura en los viajes suele ser más dedicada. Es decir, “¿en qué circunstancias está mas compenetrado en la lectura y puede sentir su existencia mezclada tan fuertemente con la del héroe?” (2). Todo el entorno, los sonidos, los movimientos, las situaciones que se dan en un viaje en tren aportan a crear un ambiente propicio para la lectura.
Finalmente, hay un pequeño texto bajo el título de “Mar del Norte”. Es un texto extraño, que comienza con un paralelismo entre el tiempo y el hogar. Benjamín dice “El tiempo, en el que también vive quién no tiene hogar’ se vuelve un palacio para el viajero que no dejó ninguno al partir.” (3) El tiempo se vuelve un hogar para el viajero. Hace luego una poética descripción de una ciudad. Parece ser una ciudad sumamente poblada, bella y arreglada, con familias burguesas que cuidan mucho del aspecto de sus moradas. Por ciertas palabras que el escritor elige me hace pensar en una ciudad vacacional donde loas familias emigran para descansar frente al mar.

Biografía:
http://www.biografiasyvidas.com/biografia/b/benjamin.htm
http://www.zonalibre.org/blog/vengando/archives/067202.html
“Omelette de moras”, Cuadros de un pensamiento, Benjamín, Bs. As. Imago Mundi, 1992.
“Las novelas policiales en los viajes”, Cuadros de un pensamiento, Benjamín, Bs. As. Imago Mundi, 1992.
“Mar del Norte”, Cuadros de un pensamiento, Benjamín, Bs. As. Imago Mundi, 1992.


Amparo López

35

El cerezo japonés.

El día estaba soleado. Había un leve viento que aminoraba el calor del sol. Gertrudis se preparó, como todos los jueves a la tarde, para ir a dar un paseo por el Jardín Japonés. Como todos los jueves a la tarde, buscó su radio que siempre dejaba preparada el miércoles a la noche sobre la mesita ratona que estaba junto a la puerta; justo debajo de la pintura que más le gustaba de toda la casa. Como todos los jueves a la tarde, vestida con ropas de colores brillantes pero cálidos, eligió del frutero una fruta para comer en el camino de ida. Luego, como todos los jueves a la tarde, tomó las llaves que colgaban cuidadosamente del porta-llaves de cerámica. Como todos los jueves a la tarde, mientras abría la puerta, su gato se acercó para despedirla; ella lo acarició brevemente con sus manos precisas y siempre con restos de óleo. Finalmente, como todos los jueves a la tarde, con radio en mano y una sensación de calma agradable, cruzó la puerta y se encaminó al jardín.
-Buenas tardes Pablo, ¿Qué tal la fruta hoy?
-¡Estupenda señora Gertrudis! Las mandarinas están especiales. ¿Desea que le guarde algunas?
-Si eres tan amable, Pablo. Paso por ellas cuando regreso a casa.
-No hay problema, aquí la espera el mejor kilo de mandarinas.
-Muchas gracias.
La gente siempre era muy solidaria en aquel barrio que se resistía al cambio. Mantenía las costumbres de los años en que Gertrudis era joven y recién se había mudado allí. Había adorado el viejo barrio por eso. Los vecinos se saludaban por la calle; se juntaban a charlar en las veredas tomando mate; los hombres se juntaban en la plaza a jugar al ajedrez; las mujeres se sentaban en los bancos a tomar sol; los niños jugaban sin preocupaciones. Allí los hijos de unos eran cuidados como propios por todos los demás. Gertrudis, que no tenía hijos propios, abría las puertas de su casa a todos los pequeños que desearan pasar y escuchar a la joven Gertrudis leerles algún cuento, pintar con sus acuarelas, o escuchar en la radio música clásica.
Caminaba a paso lento, mordiendo la manzana que había elegido detalladamente por su forma impecable y su perfecto color carmín. A medida que avanzaba no podía resistirse a mirar a los costados, ver el entorno, encontrar panoramas interesantes por doquier. Su andar era calmo. Su mirada se perdía fácilmente.
Llegó con sosiego a la parada del colectivo. Sacó las monedas (una de 50, una plateada de 25, y otra dorada de 5 centavos) y esperó a que el transporte llegara. Por suerte el 37 nunca venía demasiado lleno. Encontró un asiento libre bien atrás y se sentó. Desde allí, miraba por la ventana como hacía cada vez que se subía al colectivo. La hipnotizaba esta actividad; adoraba mirar hacia afuera mientras el colectivo avanzaba. El recorrido estaba lleno de plazas y espacios verdes; sus preferidos.
Unos cuarenta minutos mas tarde, se paró, tocó el timbre, y aguardó a que el 37 frenara. No pudo evitar ver que el señor a su lado, que también bajaba en esa parada, tenía en sus manos un reluciente libro gordo, con la foto de un joven buen mozo en la tapa. Sonrió. Momentos después se bajó y comenzó a caminar nuevamente.
-¿Qué tal Gertrudis?
-¡Mariana! Hacía tiempo no te veía por aquí.
-Es verdad. Me asignaron la entrada nuevamente. Lindo día, ¿eh?
-¡Bellísimo! Que bueno verte de nuevo.
-Si, yo también me alegro. ¡Ah! Ayer escuchaba la radio en casa y me acordé de vos. Encontré el programa que vos siempre escuchas de arte. Hablaron de una nueva exposición de pintura que va a haber en el Malba; traen una colección de pinturas japonesas. Pensé que podría incesarte.
Mientras Gertrudis recibía su vuelto contestó: ¡Sí! Escuché de ella. Estoy ansiosa por que se estrene; el miércoles que viene voy a verla.
Gertrudis se alegró de ver a Mariana otra vez en la entrada del jardín. Hacía tiempo que la habían cambiado de sitio y no la veía. La joven le simpatizaba; siempre se quedaban charlando un buen rato hasta que Gertrudis entraba.
Al fin en el jardín. Dio unas vueltas mirando a su alrededor, cruzó los puentes, pasó por el Damero, y luego se sentó en su banco preferido. Estaba frente a la isla, con el lago de por medio, y un arbolito de cerezo a los pies del agua. ¡Como le gustaba ese paisaje! Era tan calmo, tan armonioso, pero tan lleno de vida. Las flores del cerezo la hacían feliz.
Prendió la radio. Sus manos eran hábiles y diestras con las cosas pequeñas. No le costó encontrar la estación que le apetecía escuchar ese día. Estaban transmitiendo un programa sobre literatura. A Gertrudis le encantaban esos programas; leer era otro de sus grandes pasatiempos. Le tenía especial cariño a esta actividad y de joven se pasaba horas enteras detrás algún libro. Siempre encontraba momentos para leer, por más que estuviera cuidando a algún vecinito, mientras cocinaba, o incluso entre sus horas de trabajo.
-…o no Alejandra?
El locutor hablaba entusiasmado, su compañera de los jueves hacía comentarios breves también. Pero ese jueves en particular, no estaban solos. Tenían un invitado: un escritor con poca trayectoria pero que parecía prometer mucho. Había escrito una novela años atrás, pero no había tenido éxito. Esta vez, en cambio, su segunda novela titulada “Cerezas japonesas”, fue descubierta por una editorial que publicó miles de copias que fueron vendidas considerablemente rápido.
-¡Es una novela fabulosa! En mi opinión, lograste un manejo exquisito de los personajes.
-Alejandra tiene mucha razón. Ignacio, me sorprende el salto cualitativo que hiciste de una novela a otra. La tarma es de una simpleza que logra envolver al lector con facilidad, y aun así, se trata un tema íntimo y conmovedor para todos, como es la continuidad de la vida a pesar de la soledad. Dinos, de dónde surgió la idea, que fue lo que te inspiró.
-Es una historia curiosa, Emilio. Resulta que al terminar mi primera novela, “La flor de papel”, no me sentía satisfecho. Si bien le tengo mucho cariño por ser la primera novela que publiqué, no creía verme tan reflejado o representado por ella como deseaba. Estaba ansioso por comenzar a recorrer un nuevo camino, escribir una nueva novela. Pero ninguna idea que cruzaba por mi cabeza me parecía suficientemente buena. Fueron unos años donde la frustración…
A Gertrudis se le resbaló la radio de las manos. ¡Que torpe!, pensó. No le agradaba la torpeza y mucho menos en ella. Se inclinó rápidamente para recoger la radio, no quería perderse un solo instante de la nota. Mientras tomaba el aparato, de la cartera se le cayó su lápiz de dibujo que, luego de enojarse consigo misma nuevamente, lo agarró y lo guardó. Otra vez estaba sentada escuchando la entrevista a Ignacio Sotera.
-… escribir nuevamente?
-Un día volvía a casa y en la puerta me esperaba un paquete. No tenía nombre, ni dirección, ni ningún otro tipo de explicación. Solo decía “Ignacio”. Le pregunté a mi mujer si había escuchado algo durante el día, pero estaba tan sorprendida como yo. Con mucha curiosidad, abrí el paquete que contenía un cuadro. Una pintura con colores brillantes pero cálidos. Un paisaje de un jardín. Me conmovió tanto que de ahí surgió “Cerezas Japonesas”…
Gertrudis estaba feliz. Su pintura le había gustado al joven Ignacio. A ese pequeñín que tantos días había cuidado mientras sus padres viajaban o salían a pasear. A ese pequeñín que le leía tan a menudo, y que la acompañaba mientras ella pintaba sus minuciosos cuadros. Su pintura del único cerezo del jardín, que para ella representaba la continuidad de la vida a pesar de la soledad, lo había inspirado a escribir una novela. El día no podía ser más perfecto.

Amparo López

34

Sin regreso

El hecho sucedió en un viaje, un viaje que empezó en Buenos Aires, siguió en Córdoba y concluyó en la Rioja. Eran las vacaciones de invierno de una familia. Ellos habían encontrado la calma, dejando atrás todo un año de sacrificios, de cansancio y de pérdidas. Eran cuatro: un hombre de 42 años sumamente osco, una mujer de su misma edad, una adolescente y un niño de 10 años llamado Emmanuel.

DOMINGO 29 DE JULIO

Hoy nos levantamos a las 7:00 a.m., desayunamos unas rosquitas de grasa típicas del lugar en el Hotel La Victoria, ubicado a unos metros de la ruta 38 en la ciudad de Chamical.
El día estuvo radiante, aunque corrió un fuerte viento. Manu estuvo con mucho sueño, ni bien se subió a la camioneta se durmió. Mamá también estaba cansada así que se fue al fondo del vehículo a recostarse en los asientos, mí papá y yo estábamos más que despabilados, así que yo tomé el rol de copiloto y lo acompañé con unos ricos mates. También filmé partes de la ruta donde el territorio llano empezaba a desaparecer y, en su lugar, las rocas lo invadían todo. Alrededor de las 13:00 bajamos a tomarnos algunas fotografías; la más significativa fue la que tomó papá -nunca lo había visto así- sus manos temblaban y sus ojos brillaban al igual que el resplandor del sol. Caminamos un rato para estirar las piernas y decidimos seguir camino.

Durante semejante viaje transcurrieron tantas cosas. Cosas que la adolescente volcaba en unos papeles amarillentos por el tiempo. Se la podía definir como cualquier persona de la ciudad del Talar, calma y de pocas palabras. Era estudiante de la Facultad de Letras de la UBA. Era una persona que no luchaba por nada, siempre bajaba los brazos y daba la espalda a los problemas. Se escondía tras sus palabras. Llevaba un diario minucioso del viaje y de sus secretos. Describió la llegada al Talampaya sumergiéndose entre los papeles. Su padre se destinaba a observarla porque la lapicera no descansaba.
Desde que hicimos la primera parada en aquel bello lugar no puedo imaginar el Talampaya, ¿Cómo sería? Las imágenes que había visto en las paredes del Hotel La Victoria habían llenado todas mis expectativas. ¡No podía esperar más! Manu estaba más que ansioso, no paraba de preguntarle a mamá -"los paredones de color rojo ¿son grandes?". Estábamos admiradísimos de lo que veíamos. Decíamos -"mira, mira"-todo el tiempo. Era increíble, de un lado de la ruta había un paisajes y, del otro, otro sumamente diferente. Las formas de las piedras nos hacían volar la imaginación, Manu afirmaba que parecían animales gigantes, autos y miles de formas más. Nosotros asentíamos. Yo no podía dejar de captar las imágenes en la cinta, el lente no podía tomar todo, no captaba las intensas sensaciones. No nos faltaban ganas de llorar.
Ese lugar era parte de nuestro país y ahora parte de nuestros recuerdos.
Esta última frase rompía con lo que su coraza externa ocultaba. A fin de cuentas, era sensible y le importaban las cosas solo que las escondía de tal forma que nadie sospechaba. Pero había algo más...
En la siguiente hoja siguió relatando lo que veía lo que sentía de aquel majestuoso lugar de en sueños.
No puedo creerlo. Cerré los ojos y ahí estaba, ya no se sabía lo que iba a pasarnos. Estábamos dentro del parque. Ese lugar sagrado para los antiguos, revelador de secretos de la vida terrestre de hace millones y millones de años nos abría sus puertas. Manu parecía un calco pegado a la ventanilla y yo estaba cerca de estar igual, mamá y papá se sumergían en un grato silencio esperando poder bajar.
Una vez puestos los cuatro pares de pies en el suelo colorado sacamos las entradas para la excursión. Subimos al trasporte asignado y todo comenzó. Sentía que el Talampaya era guardián de miles de secretos, secretos que se esconden en el atractivo de sus paredones. Pero no es lo único extremadamente "súper" -como diría Manu- sino que hay un valor fundamental, tiene que ver con la conservación de tal lugar por medio de su consagración como patrimonio mundial.
Otra de las cosas que retumbaba en mi cabeza fue que esas tierras consideradas un museo arqueológico albergaron a hombres. Ellos vivieron en cuevas, enterraron a sus seres queridos y dejaron huellas de su cultura en las rocas.
Cada vez que avanzábamos más por aquel sitio, forjado hace miles de años, siento que tanto los científicos como los viajeros registran una inmensa veneración.
Veneración a una tierra que esconde historias como las que esconde ella. Pero no es el momento de hablar de eso.
La arena arrastrada por el viento y el agua moldearon las piedras y los hombres las bautizaron como El Monje, La Catedral entre otras.
En la descripción que hacia (solo yo lo sé) el significado de antepasado abría grietas en su corazón. Abría el recuerdo a una pérdida, pérdida que el viaje quiere hacer olvidar. Seres, o mejor dicho, un ser querido al que extrañaba y ha perdido.
Cuando salimos del Parque, sinceramente no nos queríamos ir. Papá había parado el vehículo a unos metros de la entrada de troncos tallada. Aquella tarde, mirábamos por última vez al Talampaya…
Se le cruzó en la cabeza que era mentira, que era un sueño pero realmente era cierto. La familia Ruiz había pisado aquel suelo desértico, de escasa vegetación y hogar de 120 especies de animales. A ella le vino extrañamente, como el viento y sus susurros que vienen y van, una frase de Cecilia Guichal a la cabeza: "hay palabras que tienen la capacidad de despertar imágenes desde algún lugar desde algún deseo y del misterio para comunicarlas con el plano de las ideas, los conceptos y con el territorio de los hechos y de la acción".
Espero poder guardar este deseo llevado a lo real en lo más recóndito de mi mente…
Pensó y pensó durante mucho tiempo como decir la verdad.
Aquella noche, llegábamos a Villa Unión.
¿Qué verdad? ¿Para quién era ese secreto? Entremezclado con el paisaje y con las emociones, había algo que la inquietaba. Era un recuerdo que sumergido entre sus palabras buscaba un escape.
Una persona de setenta años, calva a la que ella ama desde que nació. Él la acompañó en sus primeros pasos. Fue quien la vio perder su primer diente y la vio crecer. Ese hombre que a pesar de sus pesares remó en la arena de un desierto pesado para estar a su lado. Por eso, significa, para la familia, y más, para ella, un lazo, que en un abrir y cerrar de ojos, se rompió.
Una enfermedad, que lo devastó en poco tiempo. Tuvo que dejar de trabajar de lo que más amaba, vender flores en Puente Saavedra. Tuvo que vivir con una familia que lo despreciaba; esperando por los fines de semana cuando la familia -que ahora viaja para olvidar- lo buscaba para cuidarlo y darle los gustos como si fuera un niño. Era el abuelo Carlos, florista y tanguero que se recostaba a causa de su enfermedad mientras que su nieta y Manu -como lo llama ella- se acostaban a su lado escuchándolo reír y tararear los tangos de Gardel. Era el ídolo de ellos y de los amigos de sus nietos. Los domingos venían todos a visitarlo y a escuchar sus anécdotas. Pero por las vueltas de la vida los dejó y su perdida fue tan grande que ahora los recuerdos son la única forma de atesorarlo.
Llegamos a Villa Unión, un pueblo cercano al Talampaya.
En Villa Unión la gente se hospeda generalmente, ya que es lo más cerceno en aquella zona desolada.
El anochecer trajo el frío y el frío hizo que decidiéramos quedarnos en la cabaña a descansar. Nos libramos entre los sueños a recordar pero ese recuerdo, no es recuerdo, es la imaginación que me hizo crear una jugarreta. Como dijo Guichal: "hay palabras que tienen la capacidad de despertar" serranías bajas y cañones que nunca pise o pise con el pensar. Las palabras fueron y serán el punto de un viaje metafórico.
La llegada a Villa Unión invocaba al anochecer. Ellos cerraron sus los ojos, viendo la inmensidad de la pre cordillera y el Talampaya desde lo alto, como un cóndor, con las alas extendidas, en pleno vuelo, atravesaron el silencio de la fría noche. Escuchaban el resoplar de las voces quechuas y diaguitas que avanzan obstinadamente contra el viento, llevando el recado de una historia de tierras rojas y monumentos naturales. Pero no sólo el lugar con sus idas y venidas los acompañaba sino que su abuelo cada vez se hacia más latente en sus pensamientos. Constantemente lo veía. Llegó a pensar en que el dolor que sentía la estaba volviendo loca.
Al despertar al día siguiente, todos estaban sumamente descansados, menos ella que se notaba agitada.
- ¿Qué es lo que te sucede? - le preguntó el padre de forma seca y sumamente seria. Ella se cruzó de brazos y respondiendo de forma más que natural y apacible dijo:
- Nada.
El padre tomó la respuesta como aceptable y decidió quedarse un día más en aquel bello lugar.
Paraban en unas cabañas pintorescas que tenía una bella vista a los cerros rojizos. El sol se posicionaba en el centro del cielo y ellos decidieron emprender el viaje para conocer más de la ciudad. El primer punto de su exploración como turistas fueron unos cerros donde el niño se puso a trepar con su padre mientras, las dos mujeres los observaban desde el suelo. La madre sacaba fotos y ella solo miraba a su alrededor y se entremezclaba en el silencio. Aquel silencio la ahogaba, la provocaba, pero como siempre prefería callar ¿Hasta cuándo soportaría lo que le pasaba? No podía guardarlo más. Cerraba los ojos y continuaba con el paseo.
La parte masculina del grupo descendió de lo más alto y propuso seguir. Ellas aceptaron sin chistar y su próxima parada fue un río a muy pocas cuadras de donde estaban. Al llegar allí se sentaron a las orillas de él y empezaron a picotear una rica picada. La única que no se les unió fue la adolescente que con simples excusas se rehusó a comer. Los de más no tomaron importancia al hecho de que no comiera. Pero había algo que obviamente generaba mala espina.
Ella no paraba de observar todo el paisaje que la rodeaba y escribir todo lo que se le cruzaba por la mente. La familia lo veía como algo normal de todos los días. En ese momento algo le vino a la mente, una imagen de una niña sentada en la falda de su abuelo mirando el río. Sus ojos se llenaron de lágrimas, con sus brazos se apuro a secárselas para que nadie sospechara y sin pensarlo forzó una sonrisa.
Para distraerse se puso a jugar con su hermano a la pelota, estuvieron largo rato hasta que el padre decidió seguir con el paseo a una ciudad cercana llamada Patquia. Esta estaba repleta de viñedos, que por no ser la época de cosecha, se veían amarillentos y sin una sola uva. Allí pararon en la casa de un hombre que vendía vinos pateros.
A la mañana siguiente, Marina no estaba. No la encontraban por ningún rincón de la casa. En la madrugada subió a la sima más cercana, abrió sus alas y voló como los cóndores sobre los altos cañones tallados por el viento.

Eliana Ruiz