27 de septiembre de 2007

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Agnes Varda elige un comportamiento mimetizador con los recolectores que van asomando en este musicalizado film que mezcla el cine con el arte. La directora, entonces, se transforma en una espigadora más, comienza a cosechar pequeñas historias y va tomando con sus envejecidos dedos a los protagonistas, que los busca entre el árido terreno y surgen como granos para el espectador.
La recolección es objeto de basura, de muebles, de comida, de elementos puramente desechados y es que el eje central y único de este documental, es el desecho y como la gente, en una azarosa aventura, forma parte de este “intercambio” cultural y social que forma en una nueva perspectiva, a mi entender, un hecho sociológico en estos últimos años.
A lo largo de la muestra, se nos presenta un “menú” que consta de un primer plato de granos de trigo dorados de la antigüedad, un acompañamiento de papas con extrañas formas y demás verduras, un segundo plato con electrodomésticos que sus dueños ya no quieren, una horda de comida al borde del malestar final y de postre, un aggiornado encuentro ciudadano y la variedad del mismo: más frutas, más historias, más hambre, más rechazo al consumismo y donde podemos dejar como propina lo aprendido, un conocimiento acerca de la basura, de la gente que vive de las sobras y ver más allá del sentido común: la ley que ampara, protege, permite y colabora en afán de los espigadores, los recolectores o simplemente, de estos llevadores de sueños.


Sin dudas, luego de ver “El tren blanco” y de entrometerme en el documental de Agnes Varda, “Los espigadores y la espigadora”, no puedo más que pensar en una única realidad y en dos caras de esta misma cuestión. Por un lado, la organizada recolección de desechos autorizados y casi legales en Francia, donde transcurre el documental de Varda, desechos que se “dan el lujo” de ser abandonados a la suerte de los que los necesitan, conllevando una suerte de valor y de importancia social, y por otro lado tenemos la problemática nacional, el encuentro asiduo de los cartoneros, nuestros espigadores del cartón.Como decía al principio, es un mismo problema: el hambre, la desocupación, la enajenación cultural de las clases bajas o minimizadas a un lado de la estructura sociopolítica y la modernización o usurpación de las máquinas al masivo trabajo humano. Lo sé, no es algo particular ni de Francia ni de Argentina, es un efecto mundial de la industrialización, la globalización o etc. Pero esta misma problemática nos enseña dos caras, como hice hincapié previamente, y que se basan en la desigualdad de condiciones, en las reglas de juego y que tienen como protagonistas algo en común: el ser humano, humillado, llevado a menos por los comportamientos hegemónicos o simplemente, por un descuido de quienes nos rigen.

Daniel Francisco

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¿Qué podemos decir cuando se nos aparecen palabras como: crisis, calor, frío, patria, política, medios de comunicación, trabajo, hambre, dignidad, vergüenza, familia, discriminación, calle, muerte, infancia... futuro?

Sinceramente, remontar la imaginación y el pensamiento a la crisis que sufrió el país en el 2001 y que aun la “marea” de la desestabilización social nos golpea, es crear una puesta en escena muy fuerte, muy dura. Es revivir los ruidos de las cacerolas, lo sofocante del calor, el olvido del fútbol, y el resurgimiento descarnado, desmedido y violento de la patria. Como una nueva patria, como un pedido de auxilio, un S.O.S. masivo ante el abandono, la precarización de la dignidad humana y la acentuación de la vergüenza que conforman una nueva identidad en las personas.
Y estos hombres y mujeres protagonizan un único movimiento social, la centralización del oficio del cartón, la búsqueda de un “pan de corrugado” o un “sachet de madera” y todo esto en medio del tren blanco, como un puente entre la miseria de la vida y el nuevo idioma del trabajo. Como si el hambre de comida y de trabajo sea poca cosa, estos hombres y mujeres, salen a la vida con la frente en alto, con la bandera de la calle, con el claro let it motiv “no molestamos a nadie”, “hicimos una fuente de trabajo” y con el asumido mote de sobrevivientes que sobreviven.

Pero ¿qué sucede con estos hombres solitarios despojados de vergüenza y sufridos por ello mismo? ¿Acaso la vida les prepara nuevos desafíos más fatalistas que el hambre y el agotamiento ético y físico? ¿Realmente tienen estos seres ética? La respuesta la dan ellos mismos, alegando que son el sinónimo preferido de la discriminación, de las malas miradas, de los bajos conceptos y del alto riesgo, como por ejemplo es mandar a sus hijos a “cirujear” y que estos lo tomen como diversión, como trabajo, como algo para hacer ya que el país no les da otras posibilidades desde esa prematura edad.

“El tren blanco” te muestra eso y mucho más, te muestra lo que no se ve y te deja entrever el dolor de los cuerpos, la dureza de la calle y el “sin salida” que la vida les regala a estos personajes de la gran ciudad que esperan en la periferia para llevarse todo, todo eso que luego de muchas horas de trabajo por semana (sin un día franco) les facilita el acceso a un pan ya no corrugado ni un sachet de leche hecho imaginariamente con cajones de frutas.
Por ultimo me gustaría agregar una critica muy personal pensando en aquellos que pueden llegar a este documental desde un lugar de ignorancia absoluta y respetable. Y es que este film no nos muestra cual es el final de semejante lucha, de tantas horas de pasos con un carro a la espalda, tanta asfixia e incomodidad en el tren o tantas miradas encimas. No vemos como ese “cartón” que simboliza la comida, los útiles escolares, la gaseosa por gusto, etc. se transforma en dinero para capitalizarlos en deseos o mejor, en necesidades.

Daniel Francisco

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Tránsamerica es una película de Duncan Tucker que mezcla comedia con drama en un film con fuerte argumento y con un viaje intenso que cambiará la historia de los personajes.
Bree, la protagonista, es una transexual oriunda de Los Ángeles que trabaja para juntar dinero y poder operarse, convirtiéndose definitivamente en mujer. A días de su operación, recibe una llamada telefónica de la policía de Nueva York preguntando por el padre de Toby, un adolescente encarcelado por tráfico de drogas. Bree descubre consternada que de una esporádica relación heterosexual que mantuvo durante su vida como hombre había nacido un hijo. Instintivamente, desea ignorar ese descubrimiento y centrarse en la operación, pero su terapeuta le informa que le aprobará el perfil psicológico sólo si se enfrenta a esa situación. Esa operación unirá su cuerpo con su identidad sexual, concluirá con un duro proceso de transformación, por lo tanto, la protagonista decide ir en busca de ese hijo e iniciar un viaje de regreso a su casa con él.
Cuando llega a Nueva York para retirar a su hijo de la cárcel, Bree se hace pasar por una asistente católica que desea ayudarlo y le oculta a Toby que “ella” es su padre. En esa situación inicia el viaje de regreso a Los Ángeles, que deparará muchas sorpresas. Toda la película se centra en aquel desplazamiento en auto, en las paradas para descansar, para comer y para conocerse un poco más. Es una travesía llena de situaciones que hace descubrir las falencias y errores de decisiones tomadas que no pueden ser cambiadas. Les hace descubrir a los protagonistas que son inseparables, y que a pesar de las diferencias y las heridas pueden formar una familia.
La motivación del viaje en un principio era la de concluir con un extenso proceso de transformación, de aceptación, de identidad. Con el correr de la marcha, la
protagonista descubre nuevas cosas, nuevas situaciones, nuevas preguntas, y respuestas que le hacen plantearse de qué se trata la vida, cómo es ser padre. Descubre a través de quien es su hijo, cómo la sociedad en su conjunto vé a los transexuales, cómo los prejuzgan o les temen. Le sirve para convencerse a pesar de todo que quiere ser una mujer, por sobre todas las cosas, y a partir de ahí comenzar a escribir su propio viaje por el camino de la vida.
El viaje para Toby, el hijo (que durante mucho tiempo desconoce que es), es un sinfín de aprendizajes, de aventuras, de dudas y preguntas y porqué no de un cierto cariño guardado en su ser. Se muestra como un simple adolescente rebelde, adicto a las drogas y a los problemas, pero a medida que recorre kilómetros acompañado de su padre aprende que la vida puede ser mejor, que tiene cosas más valiosas e interesantes.
Este viaje sirve para reír, para llorar, para pensar y conocer personajes más reales de una realidad que en la mayoría de las películas esta un poco disfrazada.
Con el viaje se construye una nueva historia, bastante diferente y similar al mismo tiempo que la del inicio. Los personajes cambian, los espectadores cambian, las ideas cambian, el narrador cambia. Se abren nuevas situaciones, planteos, aprendizajes y se cierran viejos rencores, prejuicios y miedos.
El viaje en la película permite también dilucidar otro, en un sentido metafórico…el viaje al que se somete un transexual. Es una persona en transito hacia una identidad de género distinta de la biológica con que nacieron. Los transexuales completan su arduo y complejo camino cuando dejan de tener conflictos entre su mente y su cuerpo, cuando se asumen plenamenente como mujeres o varones, esta idea se desprende del viaje que le da motor a la historia de esta película.

Josefina Fenoglio

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Una de las tantas temáticas que tienen en común los documentales “El tren blanco” y “Los espigadores y la espigadora” (título original: Les glaneurs et la glaneuse) es la de la pobreza. Pobre es para el diccionario “persona que no tiene lo necesario para vivir, o que lo tiene con mucha escasez”. Ambos documentales intentan reflejar, y hacernos reflexionar, sobre otra idea de pobreza, otra imagen, que la cuentan quienes la sufren.
“El 20 de diciembre de 2001 renuncia el presidente De la Rúa, sumergiendo al país en la peor crisis de su historia, las estadísticas oficiales aseguran que el 45% de la población de Argentina esta desempleada o subempleada”. “Los trabajadores del cartón, son hombres, mujeres y niños que se ganan la vida juntando lo que otros desechan, buscando en las bolsas de basura papeles, diarios y cartones. En cada esquina o detrás de un árbol, alguien se dispone a abrir su primer bolsa. Abre, saca y cierra, ocultando entre papeles de colores la dignidad que los convierte en hombres. Esta es la historia de muchos hombres. Esta es la historia de un país”. Con estas palabras comienza el documental, así comienza la historia de un país, de la pobreza de un país.
“El tren blanco” intenta reflejar la situación que atraviesa una parte de la sociedad argentina, que durante estos últimos años ha sido empobrecida como consecuencia de un modelo económico y social que se instauró a partir de la llegada del neoliberalismo. El tren blanco es el fiel reflejo de este modelo, él es el encargado de transportar a los excluidos del sistema, viaja de noche (casi invisible) en compañía de la indiferencia y la soledad. Este documental es un viaje a través de las vivencias de estos hombres, “los cartoneros”, que toman esta actividad como un trabajo y lo defienden con dignidad.

La pobreza de esta parte de la población argentina se ve en cada imagen, efecto y arreglo musical de la película. Los testimonios de los protagonistas, de los trabajadores del cartón, nos permiten pensar la pobreza desde su más profundo significado. Nos permiten entender, o intentar entender, qué siente una persona pobre, cómo se vive y sobrevive siéndolo. Estos hombres no sólo recogen cartones de la basura, también reflexionan acerca de la felicidad, del futuro, de la familia, del país.
“El tren blanco es un medio de vida, no es otra cosa…”. Son las palabras de uno de los tantos trabajadores del cartón, de uno de los pasajeros de este tren que transporta dignidad, esfuerzo, esperanza, y no nos olvidemos: pobreza. “Y, es feo, pero tenemos que abrir las bolsas, no nos queda otra… a mí si me dieran un trabajo no salgo más, pero a mí me dejaron sin trabajo y ya tuve que agarrar esto, ¡si no había otra cosa! He buscado trabajo, he buscado por todos lados, nada, nada… pero… nose, sólo tendré que tener paciencia, ya tuvimos bastante y vamos a tener que seguir teniendo; me parece que por un buen rato…”. Mirada de tristeza al relatar el porqué se está en la calle, el porqué de la existencia del tren blanco. Por un lado, la resignación, “no nos queda otra”, la denuncia de un país sin empleo. Luego, la evidencia de una lucha, de la esperanza, de paciencia. Esto es la pobreza para ellos, para estos hombres que la sufren y la enfrentan, que no lo esconden, que no roban, que se ganan su pan de cada día, con los desechos de otras personas.
“Los espigadores y la espigadora” toca el tema de la pobreza desde otro punto de vista, bien parecido y diferente al mismo tiempo. Este documental nos quiere hacer pensar acerca de la sociedad de consumo en la que vivimos, de usar y tirar, del

despilfarro que hacemos a diario. La diferencia con “El tren blanco” radica en que el documental francés muestra que lo que se desperdicia es recogido por otras personas, algunas lo hacen por su extrema pobreza y otras para otros fines (como para realizar obras de arte) o simplemente por la creencia de que es inmoral. De cualquier manera, la directora intenta mostrar a lo largo de toda la película el hecho terrible e indecente que es derrochar tal cantidad de comida y objetos cuando miles de seres humanos se mueren de hambre en el mundo.
Antes, se decía espigadores a los trabajadores de campo que, después de la siega, se agachaban para recoger las espigas. Ahora, se agachan en las grandes ciudades, entre la basura. Agnès Varda ha grabado este documental tomando testimonios de diversas personas que recolectan los desechos, pobres entre ellos. Pero también, ha recogido testimonios de los que desechan, en especial las grandes empresas gastronómicas, y se ha encontrado con una gran incomprensión: “¿Por qué los pobres no pueden recoger lo que vosotros tiráis?” “porque no es legal”, responden. Pero mientras toneladas de comida se pudren, otros de mueren de hambre.
La directora resume y concluye su trabajo con estas palabras: “me las arregle para acercarme a ellos, para sacarles fuera de su anonimato. Descubrí su generosidad. Hay muchas maneras de ser pobres, manteniendo el sentido común, el sentido de cólera o de humor”
Ambos documentales encuentran otra definición de pobreza, distinta de la del diccionario, o la de los medios de comunicación, o la de los discursos políticos. Los que cuentan cómo se vive en la pobreza son justamente, los que la viven, o la sufren. Las
imágenes de cada agachada para recoger un cartón o una papa, cada imagen de un tren destrozado que los transporta, o de los tantos kilómetros caminados en el campo, reflejan la lucha, la no resignación, la constancia y esperanza de los que no tienen para comer, para dormir, para vestirse, de los famosos “pobres” que existen desde Argentina hasta Francia, que existen es este mundo.

Josefina Fenoglio

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Texto de opinión en base a una problemática surgida en los documentales de “El tren blanco” y “Los recolectores”

El tema que voy a desarrollar es el de la presencia de valorasen las personas que se encuentran en situaciones económicas precarias. En “Los recolectores” aparece el altruismo, entendido éste como el cuidado desinteresado en procurar el bien ajeno: los espigadores urbanos que recogen muebles y electrodomésticos abandonados los arreglan y, cuando no se los quedan o venden, simplemente los regalan a otros vecinos que los necesitan. Pero la más importante demostración de amor desinteresado la hacia el prójimo la hace un espigador con conocimientos de biología, un profesor desempleado que enseña a leer a otros que viven con él en el mismo albergue. ¿Es acaso la misma situación límite de penurias económicas la que despierta en los más pobres el deseo de ayudarse mutuamente? En una sociedad donde imperan conductas frívolas, consumistas, hedonistas e individualistas que se han ido instalando como modelo a seguir, estas personas han recuperado los valores e ideales perdidos por el hombre light.
En “El tren blanco” todos ubican el momento de reunión familiar como el motivo de su alegría, descanso y paz. El estar juntos en familia justifica todo el esfuerzo y el sacrificio de tener que salir todos los días con una pesada carreta (su instrumento de trabajo), a buscar en las bolsas de basura cartones, papeles y diarios que luego cambiarán por unos pocos pesos. La familia les despierta valores como el compromiso, la solidaridad, la unión, es el estímulo que tienen para afrontar el día a día con valentía y coraje. Es realmente admirable: en unos, aparece la conducta altruista; en otros, la revalorización de la familia como institución social formadora de valores. La ética y moral que a veces se cree del todo perdida resurge en quienes son discriminados y menospreciados por haber nacido en condiciones desventajosas en un mundo materialista regido por las leyes del mercado, más que por aspectos esenciales que dan cuenta de la calidad humana de cada persona, como son los valores.
Tal vez el hecho de que estas personas hayan tenido que aprender a luchar con las desventajas de ser pobre los haya condicionado para que tengan una integridad moral superior a la de muchos de nosotros. Entonces, no quedan dudas de que el sufrimiento es la forma universal de aprendizaje.

Cristina Chinchi García

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Notas sobre “Los recolectores”

“Espigar es recoger”, con esta idea/concepto comienza el documental. La mujer que filma con la cámara va por diferentes lugares de Francia, atraviesa zonas rurales y urbanas. En el campo, los cosechadores tiran enormes cantidades de la producción que no puede comercializarse pero que la gente pobre aprovecha para alimentarse, y pueden hacerlo porque la ley rural permite el “espigueo” en propiedad privada. El alimento que los espigadores recogen varía según la zona de producción, y el espigueo no es realizado sólo por personas en situación de extrema pobreza; por ejemplo hay cocineros que también lo hacen y utilizan estos alimentos como ingredientes en sus comidas, consiguiendo de este modo abaratar costos.
En la ciudad también hay espigadores, pero no son sólo comestibles aquello que se va a recoger, también chatarra (con fines artísticos), muebles y electrodomesticos que han sido abandonados por sus dueños. La ley urbana dice que quien abandona un objeto en la calle renuncia a él para siempre, y por lo tanto éste pasará a ser del primer recolector que lo tome. La mayoría de los espigadores se caracteriza por ser de condición humilde, todos tienen en común el hecho de que reutilizan aquello que otros tiran y consideran basura. Me llamó mucho la atención la historia de un joven que aprovechaba como base de su alimentación los comestibles que desechaba un supermercado. Aquel joven tenía estudios de biología, se había formado como profesor pero ahora estaba desempleado y vivía en un albergue donde enseñaba a leer a personas analfabetas que también vivían allí.
La mujer que filma el documental dice: “me gusta filmar los desechos, el derroche, la basura…” Y tiene mucha creatividad y dinamismo para desarrollar el tema del espigueo: combina música, paisajes, testimonios, lugares y situaciones diferentes, etc. Personalmente tuve la impresión de que su documental tiene una estética vanguardista, ella lo fue realizando con ese estilo y efectivamente logra ese efecto.

Cristina Chinchi García

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Notas sobre “El tren blanco”

El documental comienza mostrando los acontecimientos del 20 de diciembre de 2001, durante la caida de De la Rúa. Son imágenes fuertes, el descontrol, la violencia, el llanto, la muerte y la impotencia ganaban las calles. Saqueos a negocios, manifestaciones callejeras (“cacerolazos”), represión contra los manifestantes; este contexto de crisis es el que precedió a un período de pobreza y miseria general que empeoró las condiciones de vida de la población.
Todo esto tuvo que dar origen a la realidad vivida en el Tren Blanco: este es el nombre con que se conoce al tren en el que viajan quienes viven de juntar cartones, papeles y diarios. La cámara que registra el recorrido en este medio de transporte comienza a recoger testimonios de los pasajeros: ellos son personas que trabajaban en fábricas, en tareas de limpieza o incluso tenían oficio, como lo es el de un carpintero que ahora ya no consigue trabajo porque se lo considera demasiado viejo. Una mujer cartonera (que antes trabajaba limpiando casas) define con sus propias palabras qué es el tren blanco: “es una fuente de trabajo. Estamos organizados, pagamos un bono y somos conscientes de ello. Es la única manera de poder vivir porque no hay trabajo.” Existen prejuicios contra los cartoneros, un hombre comenta: “algunos nos discriminan, nos dicen cirujas, pero ser piruja es un trabajo; yo vivo juntando papeles, cartones y diarios y con ello me defiendo: ésa es mi vida.” Lo que más me conmueve es que ellos tienen muy presentes valores tan esenciales como los que representa la familia: todos coinciden en que su único momento de paz y alegría es cuando pueden reunirse con su familia, ya sea para mirar la televisión o comer un asado, etc. El valor simbólico que estas personas dan a las palabras compartir y familia es quizás lo único que la cámara no puede registrar. Desde esta mundo material lleno de penurias para muchos y placer para pocos, ellos han aprendido a encontrar la felicidad en aspectos esenciales: la unión, el afecto y el amor que sólo la familia puede ofrecerles, algo con lo que siempre podrán contar y compartir, aunque no tengan nada.

Cristina Chinchi García

18 de septiembre de 2007

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(Notas de viaje previa a la descripción extrañada)

Domingo 8 de Abril. Volviendo a casa del trabajo.

Por lo general las vueltas a casa, en colectivo desde el trabajo, son un tanto agitadas. Para comenzar, la espera. Me gusta esperar al enorme coche hasta que venga medianamente vacío o no tan lleno, me gusta sentarme, estar cómodo y tener la chance de optar por plazas estratégicas. Es como un juego, lo bueno del caso es que los colectivos de esta línea (152) vienen uno atrás de otro, aunque no tanto los domingos.
El segundo punto de agitación puede ser sentarme, cuando los astros ayudan y no me canse de esperar por el transporte ideal, y empezar a armar los artilugios musicales y tan compañeros de viajes. Parecerá tonto, pero soy de complicarme la vida con los cables que ofician de auriculares. Una vez en estado de gracia, el viaje se presta a ser siempre uno más: mirar por la ventana, instintivamente mirar las caras de los nuevos pasajeros y luchar contra los excesos de comodidad de otros compañeros de asiento ocasionales.
Hasta acá todo parece ser parte de un viaje más. Sin embargo, este domingo fue especial. Para comenzar, me encontré con un extraño frío en la calle y con el colectivo en la esquina esperando que el semáforo le de permiso para irse, y como ya era tarde decidí de un trotecito llegar al rectángulo psicodélico y rogar para que me abra la puerta. Sí, todos sabemos bien que hay que rogar... poner cara de “por favor, por favor”, cara de “soy un pobre empleado te pido que me dejes subir” o cara de “mirá flaco, me abrís o me abrís”. Opté por una nueva expresión: “abrime que se me salen los pulmones”... y me ¡abrió!.
El viaje comenzó y se notaba que había poca gente, que hacía frío y que la iluminación era precaria tirando a nula. También como detalle importante vale hacer hincapié en que el conductor parecía que no quería perderse la misa de la noche (que no hay) o alguna cena y de postre los afamados huevos de chocolate o, pienso yo, estaba acelerado para poder llegar a ver el resumen de partidos de fútbol de la fecha.
En otras ocasiones trato de acercarme al conductor y hacerle entender que no estoy ni apurado por llegar a comer, ni apurado para terminar en un jardín de paz. Claro que siempre lo digo de otra manera y dejo las ironías para la sobremesa... pero esta vez no, no no, esta vez yo sí quería llegar rápido a casa y todo esto me convenía, aunque la culpa moral se posaba sobre mí cada vez que se superaban los noventa kilómetros por hora. Esta vez tenía ganas de llegar antes y es que ¡el colectivo oscuro y frío y a una violenta velocidad me despertaba como pasión!. Que gracioso hablar de pasión sobre un colectivo, a veces pienso que tendría que hacer de mi vida algo más movido, no sé, ¡irme a vivir al campo quizás!. Finalmente, una vez en casa, anoté unas pocas líneas acerca de ese viaje que hasta ese entonces me pareció aburrido pero relajador y ¡ahora no!, ahora lo veo como un viaje no tan común y que de relajante no tuvo nada... aunque bien podría echarle la culpa a todo el café que había tomado.

Daniel Francisco

10 de septiembre de 2007

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-Manifestaciones del 20/12/01. Aparecen personas cantando el Himno y haciendo una manifestación en Plaza de Mayo. Un televisor de un bar muestra que renunció De la Rúa.
-Suben los cartoneros al tren blanco, llevan changuitos de supermercado y carritos. Una persona dice que el tren blanco es un medio de vida.
-Aparece un hombre llamado Felipe. Hace tres años que el tren blanco le está dando algo en su vida y le da la posibilidad de comer. Sabe que la gente llama a las personas que viajan en el tren cirujas, pero él considera que ser cartonero es un trabajo más como cualquier otro.
-Un hombre llamado Marcos junta diarios para poder darle de comer a su familia, prefiere este trabajo antes que salir a robar. Solía trabajar en una fábrica de lavandina, pero cerró.
-Una mujer, quien no da su nombre, trabajaba en una empresa de limpieza, es viuda y tiene seis hijos. Con este trabajo puede llevar comida a su casa.
-Los cartoneros se sienten discriminados por las personas que ven mal ese trabajo, y aceptados por otras, como, por ejemplo, los porteros de edificios que les juntan diarios.
-Se convive en la pobreza, esta es el corazón y no la vida.
-Los dos barrios, en donde viven los cartoneros, están organizados con respecto al bono (boleto) que constituye su fuente de trabajo.
-Cuando abren una bolsa de basura no sienten vergüenza, sienten cosas a favor, porque la gente tira objetos que no le servía y a ellos sí.
-El tren llega a la última estación. Los cartoneros bajan con sus carritos y sus changuitos.
-Un hombre opina que hay mucha gente que está en la pobreza. Cuando no tiene para comprar el pan siente bronca.
-Hay un hombre paraguayo que hace once años que está en Argentina y tiene dos hijos nacidos acá. Explica que le daría más vergüenza salir a robar y que en el tren blanco hay problemas porque hay muchas personas que lo toman.
-Ramona (43 años), tiene ochos hijos, tres nietos y es separada. Antes trabajaba, pero dejó de hacerlo, ahora se mantiene con la carreta. Solía salir a pedir con sus hijos.
-Un hombre se dedica a juntar cartones desde que tenía ocho años, momento en el que fue dejado por su padre. Ahora come pan duro de las bolsas de basura.
-El hombre de Paraguay explica que no hay trabajo y que el único recurso es juntar cartones. Está preocupado porque dice que, dentro de dos o tres años, vendrán los japoneses a comparar los cartones que la gente tire.
-Cristian tiene doce años. Cada vez que sale a juntar cartones saca $30, le da la mitad a su mamá, con el resto se compra cosas para el colegio y cosas que necesita en ese momento.
-Un cartonero saca un promedio de $60 o $70 por noche, un total de $250 a la semana.
-A los cartoneros les sirve todo lo que la gente tira, ropa, calzado, muebles, diarios. Pero ahora la gente no tira tantas cosas como antes porque no hay dinero.
-Un joven es panadero y peluquero, pero, como no hay trabajo, no consigue empleo.
-Sienten una importante falta de apoyo por parte de la gente, y por eso creen que jamás saldrán de la pobreza.
-Hay muchos cartoneros que tiene oficios, algunos son jardineros, carpinteros, pintores.
-Piensan que el gobierno no se fija en lo que sufre la gente y que no hay futuro para sus hijos.
-Tratan de explicarles a sus hijos que no tiene por qué tener vergüenza. Les dan un buen ejemplo a estos porque la pasan mal, porque hacen sacrificio.
-Las carretas existieron toda la vida, pero ahora molestan desde que el tren se privatizó.
-El tren está diagramado, hay horario fijo de ida y de vuelta. Al parecer, hay intención de sacar el tren blanco, para impedirlo deben intervenir los medios de comunicación, ya que el gobierno no da respuesta.
-La cámara muestra un reclamo de comida hacia el supermercado Coto.
-Par un hombre la pobreza no es nada, ya que tienen salud, lo único que les falta es dinero. Los ricos gastan en remedios y los pobres en vicios; Dios es justo con todos, mira a todos y en el Reino de Dios todo será diferente.
-Ser cartonero es un trabajo, por eso no se debe sentir vergüenza y se debe ir con la frente en alto.
-Tienen conceptos diferentes sobre lo que es la felicidad: Algunos piensan que no hay felicidad, otros que la felicidad es llegar a la noche a su casa y ver a su familia, y otros cuando ganan mucho dinero.
-Imágenes de una manifestación en Plaza de Mayo. Está declarado Estado de Sitio, hay personas de todas las clases sociales, la policía las reprime con gases lacrimógenos, balas de goma, disparos, latigazos.
-Los cartoneros quieren que haya trabajo para todos, pero mientras no haya trabajo quieren seguir con el tren blanco, sin el tren va a ver cada vez más delincuencia.
-Se ve a los cartoneros que vuelven a subir al tren blanco, luego de un noche de recolección de cartones, diarios, papeles.
-La libertad es la humildad del corazón, no tener maldad, estar tranquilos.
-Los cartoneros hicieron un micro emprendimiento, en el cual mandan ayuda a Tucumán en tren.

Jesica Bosso

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-Gente juntando basura en la calle.
-Gente juntando granos en el campo.
-Agnes Varda se encuentra con una pareja. Les muestra un foto de una papa con forma de corazón, explican que esa clase de papas no pueden ser vendidas en los comercios porque no tiene el formato convencional y es algunos centímetros más grande de lo permitido.
-Un gran grupo de personas levantando frutas y verduras que quedaron abandonadas luego de una feria. Algunas personas recolectan basura por necesidad, otras porque ven como despilfarro el tirar alimentos que están en buen estado y pueden ser consumidos.
-Personas recogiendo telas, bolsas, plásticos, botellas, basura.
-Hay una maratón en reclamo contra la desigualdad. Algunos corredores están cubiertos con bolsas de nylon.
-Un campo de papas.
-Una mujer muestra un mantelito tejido al crochet.
-Personas recolectando papas y aceitunas. Uno de los recolectores es un hombre español, sus hijos se casaron en Francia.
-Aparece un hombre que era camionero. Trabajaba demasiadas horas diarias y no respetaba los turnos, en un control lo descubrieron y lo despidieron, quedó en la indigencia. Su mujer se fue de la casa con sus hijos.
-Una mujer vive en una casilla con su familia, sale a recoger basura y restos por necesidad.
-Un comedor comunitario donde un grupo de personas están comiendo.
-Sale un hombre de su casa con su bicicleta. Recoge cartones, bicicletas, botellas, papeles, y guarda todo lo que recolecta en un auto. Recolecta para ayudar a su hijo enfermo.
-Una gran multitud en un museo, miran unos cuadros de una campesinas humildes recogiendo granos y escuchan a la guía. Esto hace referencia a las campesinas pobres que, muchos años atrás, desempeñaban ese trabajo. Hoy en día, ese trabajo lo siguen ejecutando aquellos que recogen basura de las calles.
-Va a una carnicería e intercambia la papa en forma de corazón por tres salames.
-Una gran marcha en las calles contra el racismo.

Jesica Bosso

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Retrato de una lectora adolescente

Desde siempre me interesaron los libros que leía mi papá. Un día me comentó acerca de un curso que estaba haciendo sobre James Joyce, un análisis exhaustivo de su obra Retrato del artista adolescente. A medida que me contaba sobre el autor, su forma particular de escribir despertaba interés en mí. Al notarlo, mi papá me compro el libro; una prolija traducción de Dámaso Alonso. Me alegró muchísimo recibirlo pero no comencé a leerlo en el momento. Casualmente, unos meses después en el colegio nos hicieron elegir un libro para hacer un trabajo. La profesora de Language and Literature llevo a clase unos cuantos de su colección, entre los cuales se encontraba Retrato del artista adolescente. Sin pensarlo dos veces, lo elegí y comencé a leerlo. Al enfrentarme a la obra de Joyce, sin embargo, descubrí que sería una tarea compleja debido a su forma particular de escribir. Para hacer la lectura más amena, a medida que leía, discutía el texto con mi papá y él me comentaba acerca de sus clases. Estas charlas me permitían entender mejor el texto, poder leerlo con más comodidad, aunque no dejó de ser un libro complicado. Disfrutaba mucho de las conversaciones con mi papá y eso me incentivaba a seguir leyendo, a sobreponerme a las dificultades que presentaba la novela.

El trabajo para Language and Literature dejó muy satisfecha a la profesora. Mi primer lectura del libro, sin embargo, a mi no me alcanzó. El año pasado, encontré ente una pila de libros el ejemplar que mi papá me había comprado. Decidí leerlo por segunda vez, esta vez la traducción de Alonso. El hecho de que estuviera en castellano me facilitó la lectura y pude disfrutarlo más. También contribuyo que fuese una relectura del libro y yo tuviera ya una idea de la historia central, lo que me permitió focalizarme mas en los juegos del escritor con el libre fluir de la conciencia. Además, a cada página encontraba al personaje principal más interesante y admirable. El libro es una autobiografía y a medida que leía su obra mi admiración por Joyce aumentaba. Me angustiaban las turbaciones del joven Dedalus, me emocionaban sus pequeños momentos de felicidad. Pero ante todo, me apasionó su firmeza al oponerse a los valores de su mundo; el atrevimiento que eso implicaba, y la determinación con que decidió ser fiel a su búsqueda y a su deseo. Encontré igual de fascinante el talento del escritor para la escritura y su interés por la literatura.

Elegí este libro porque fue uno de los primeros libros que compartí con mi papá. Le tengo un profundo cariño por eso. Luego le siguieron otros tantos, pero Retrato del artista adolescente sigue siendo el predecesor, y por lo tanto importante para mi. Me abrió varias puertas a diversos autores y estilos de literatura que hoy en día admiro mucho y aprecio poder haber llegado a ellos.

Amparo López

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El Tren Blanco

El documental comienza en la estación Catedral, subte línea D. Euforia, brazos agitándose en el aire, manifestándose. Banderas argentinas y de fondo el himno nacional.
“El pueblo unido jamás será vencido”.
Jóvenes, viejos, adultos, la policía; todos en las calles. Renuncia del Presidente De la Rua.
“Trabajadores del cartón”. Un estilo de vida. Tristeza en el tren, abandono, desgano. Viajando en el tren, la posibilidad de generar algo en la vida.
Cirujas: es un trabajo. Cirujear: forma de rebuscarse. Otra forma. Una nueva forma de trabajo. Rebuscárselas
(Luego de la renuncia del presidente, mucha gente quedo desempleada, sin posibilidad de trabajar)
No tienen vergüenza: cirujear es una forma de mantenerse.
Tren Blanco: no andar robando, “Te pueden matar y dejas a tu familia”. Blanco: pacifico.
A veces se usan otros trenes, trenes normales. La gente mira mal.
Sin techo, pero sí donde recuperar la vida: en la calle; de la calle, juntando. No robando. Rebuscarse limpiamente.
“Pobreza es en el corazón, no en la vida.” “Amar por mas que no tengas nada.”
Organizados: pagan boleto.
Hicieron del tren una fuente de trabajo. No hay vergüenza de buscar en la basura. Recoger = esperanza = trabajo.
Solamente hay que tener vergüenza para robar, no para revolver basura.
En la pobreza uno trata de subsistir, estar apretados, no tener para comer pan à bronca.
Hay cada vez más gente en esto, y cada vez menos para juntar.
Los chicos le dicen a su mamá, salir a juntar, no pedir.
“Sin los diarios no podemos vivir. Lo que otros tiran a nosotros nos sirve pero ya no se tira casi nada.” ”La carreta me da de comer.”
“El que se la da de cogotero esta equivocado.” Que no le de vergüenza, trabajo digno.
“No somos pobres. Estamos cortos de plata pero tenemos salud. Nosotros no nos enfermamos, los ricos sí. Dios es igualitario”
“Todos los días son iguales. Jamás me enojo”
¿Contento? “No se. Todos los días cuando llego a mí casa y está toda mi familia. Es lo más lindo, compartir con ellos. Lo mas lindo de la vida”
“De lo que pasa en el país no se nada ya. Se fue abajo ya” Cada vez peor.
”Si nosotros nos vamos al carazo, al chorreo es porque no tenemos trabajo.”
“Que el tren siga.” Trabajo = esperanza.

Los Espigadores y las Espigadoras. Les Glaneurs et Glaneuse.

A diferencia del documental anterior, este estaba en francés. Situado en Francia se podía apreciar la diferencia cultural y la magia que flota en las ciudades francesas. Cafés por doquier, sus respectivas mesitas en la calle; el ambiente despreocupado y libre de muchos prejuicios donde la gente circula sin sancionar y muchos recolectan o espigan.
Al comienzo del documental se hace una breve referencia a la historia de los espigadores; hombres y mujeres que labraban los campos y recolectaban el fruto de su esfuerzo. Se menciona el famoso cuadro de Millete, donde un grupo de mujeres esta espigando en época de cosecha.
Se puede hacer una diferenciación entre los espigadores, o recolectores, ya que no todos van en busca de lo mismo. Un primer grupo de espigadores se focaliza en la comida. Por lo general no tienen que comer y basan su alimentación en lo que pueden recolectar ya sea en el basurero de un supermercado; ya sino por las calles, quizá en los restos de algún mercado; o también en los campos de cultivo. La directora del documental filmó un caso donde cultivadores de patatas, luego de recolectarlas del campo, las seleccionaban. Aquellas no aptas para ir al mercado eran desechadas, dejadas en montículos en el campo donde luego grupos de recolectores iban a proveerse. Algunos, al ver hornos o heladeras abandonadas también las recolectan ya que muchas veces pueden arreglarse y sirven para cocinar o guardar la comida que juntan.
El tema de la recolección no es siempre bien visto. Muchos propietarios no lo permiten, mientras que otros lo hacen de mala gana. Sin embargo, es algo que parece estar permitido por la ley. Por lo general, los espigadores parecen recolectar lo que necesitan y no de más. Como en el caso de los recolectores del Tren Blanco, estos recolectores franceses tampoco se avergüenzan de ello. Por el contrario, muchos lo hacen con orgullo. Se considera que mucha gente arroja a la basura alimentos que todavía están en condición de ser consumidos. Los espigadores se sienten satisfechos de recolectarlos y utilizarlos ya que de esta forma no desperdician. “(…) reutilizar es un ejercicio de ética para mi.”
En el documental se habla también de otro tipo de espigadores. Estos están más ligados al arte y recolectan objetos, los reciclan, y los utilizan para crear. Los objetos “(…) han tenido un pasado, todavía pueden tener vida. Hay que darles una segunda oportunidad.” Aquellos objetos que alguna gente deja en la calle porque ya no les encuentran uso, son valiosos para otros quienes los reutilizan, los sacan de contexto y crean algo nuevo. Un hombre hacía totems con objetos que eran basura para otros, en especial con muñecas. También se hizo mención en el documental a una exposición donde se mostraban trabajos artísticos, todos hechos con objetos recolectados de la basura. Una exposición donde la basura y el arte se fusionaban para crear.
Otra cosa que llamó mi atención fue la importancia que parecían tener las manos para la directora del documental. Según ella, su propia mano gastada parecía detonar vejez, muerte, fín. Esto parecía hipnotizar a la mujer quien hacía constante referencia a sus manos cansadas y surcadas por arrugas. Las manos se relacionan también con el tema del documental ya que las manos son una de las herramientas fundamentales para los espigadores.

Comentario

El tema central de ambos documentales es el de recolectar. En ambos casos se menciona que no se tiene vergüenza del acto de recolectar, sino que es algo positivo. En el caso del Tren Blanco, el acto de recolectar es un generador de esperanza, una forma de lidiar con las adversidades de la vida, y una posibilidad de sobreponerse y seguir en la lucha. En el caso de Los espigadores y las espigadoras, la recolección también alimenta la esperanza ya que muchos viven a base de lo que recolectan y así logran subsistir. Pero también se habla de la recolección ligada a la creación, al arte. Esta modalidad de expresión es también algo valioso y provechoso. Por esto se puede ver la importancia y lo beneficioso de la recolección que no debería ser sancionada. Afortunadamente, en ambos documentales se hizo referencia al hecho de que los agentes no parecían avergonzarse de su actitud.

Amparo López

4

Es el agujero de nuevo

Estoy confundida. Algo asustada también. Ramiro me dijo que me quedara acá, tranquila, que acá estoy segura y nada me puede lastimar. Pero lo dudo. Acabo de ver la cabeza de una mujer flotando en la pared. No entiendo como llegó ahí. No hay un agujero, y en este lugar estoy sola. O eso pensaba… No me puedo explicar que hacía una cabeza flotando sola. ¿Es posible eso? Le voy a preguntar a Ramiro cuando vuelva, el siempre puede explicar las cosas mas extrañas. Por cierto, espero que vuelva rápido, quién sabe que puede hacer una cabeza flotante sin un cuerpo que la controle. Seguramente nada bueno.

Estoy tan inquieta, necesito caminar. Pero Ramiro no me va a dejar salir de acá. ¡Ahí esta otra vez! ¡Se asomo y se escondió rapidísimo! Ay, que horrible. ¿Ramiro donde estás? Quiero salir de acá. Esa cabeza me esta asechando… ¡Ah! Ahora se atreve a mirarme fijo. Ella también parece asustada, tiene una cara terrible.

¡Pero que atrevida! Me esta imitando. Y con tanta agilidad… Increíble. Sigue mis movimientos como si los conociera de antemano. ¿Podrá leer la mente? Por Dios Ramiro, volvé.

¡Uya! Parece que esta cabeza tiene brazos también. Pero ¿de donde salen? Esa mano me parece familiar… con ese lunar ahí… ¡es igual al mío! Como puede hacer algo así. Parece tan real. Y me sigue imitando…

-¿Señorita?

Que raro… parece que no pude hablar. ¿Será que mi voz tapó la suya?

-Señorita, ¿hola?

Que extraño, me gustaría poder oír su voz. Pero parece que no esta dispuesta a responder. Solo me copia, pero no emite sonido… esto ya es irritante.

-Muy bien querida, ¿acaso no vas a dejar de copiarme? Contéstame. ¡Y deja ya de parodiarme! No te burles así de mí. Ramiro se va a enfurecer si yo me altero. Y será enteramente tu culpa. ¡Y no me apuntes con ese dedo!

¡Ay Dios! Eso estuvo cerca, casi me toca con ese dedo. No lo podría haber tolerado. Pero… ahora que lo pienso, yo también le estaba apuntando con el índice. Mas bien, ella también me estaba apuntando con el índice; ella es la que sigue mis movimientos, no yo los de ella… ¿verdad? Oh, Ramiro, ¿verdad que si? ¿Verdad que yo soy la auténtica, que ella me esta copiando? Ramiro, Ramiro, ¿donde estás? Ya es hora de que vuelvas. Esa loca empieza a asustarme. Me mira y parece que sospecha de mí. De mí… yo soy la que esta en su derecho de sospechar de ella.

¡Ramiro volvé! Otra vez esa sensación. El vacío me come los pies. Me va a tragar el agujero negro. Se esta formando mas rápido que nunca. Me va a tragar. Y ella parece que lo ve, igual que yo. Se está asustando como yo… ¿Que pensará Ramiro de ella? ¿La querría como a mí? ¿Y si me reemplaza por ella? ¡No! No podría tolerar eso. Yo lo necesito. Sé que es infeliz. Pero yo también soy infeliz. Se lo ve triste cada vez que le cuento del agujero negro… (Sigue creciendo, estúpido agujero… cada vez está mas cerca. Ay, demasiado cerca). Y es raro, cada vez que le hablo del agujero al rato me da sueño. También, cada vez que hablo del agujero Ramiro me da un caramelo. Pero es un caramelo raro.

-¿Vos también ves el agujero, no? Mira, te quedaste quietita. ¿Es el miedo de moverse, no? Si, yo hago lo mismo; cada vez que aparece sé que no me tengo que mover. Sino, el agujero crece más rápido.

Ay Valentina calláte, no ves que te estas moviendo cuando hablas. Quieta, quieta. Intentá tranquilizarte. ¡Ah! No puedo más. Me cuesta respirar… el agujero…

-RAMIROOO!!

-Vale, ¿estás bien?

-Es el agujero de nuevo…

-¿Otra vez Vale? ¿Te volviste a asustar con el espejo?

Amparo López

9 de septiembre de 2007

3

Crítica cinematográfica: mi idea de espectador en cuanto a la película que vi en el festival de cine independiente (BAFICI).

De Paris a Marsella, de mi casa al Malba. En un camino sin fin.

Retrasada, me encamine apresurada al Malba una soleada tarde de domingo. Allí me esperaba Ana, intentando conseguir las entradas para la película que iríamos a ver, Paris Marsella de Sebastián Martínez. Era una carrera contra el tiempo y debido a mi retraso preferí tomarme un taxi. Al ser una tarde de domingo, la gente andaba por las calles despreocupada y los autos se tomaban su tiempo. No podía avanzar en el camino que me llevaba a la ruta de París a Marsella, no podía avanzar hacia el Malba. Este apuro y la imposibilidad de avanzar en el camino me recordaron al cuento de Cortazar, La autopista del sur, el cual estaba íntimamente relacionado con la película.

Paris Marsella fue un proyecto de un argentino y su mujer que estando en la capital de Francia, decidieron hacer el viaje de Paris a Marsella por la autopista en 33 días, sin salir de la misma y parando en parkings y paradores. Involucrarse en dicho proyecto significaba seguir los pasos del escritor Julio Cortazar que años antes había llevado a cabo este proyecto con su mujer, Carol Dunlop. Cortazar culminó el proyecto con un libro llamado Los autonautas de la cosmopista, publicado en 1983. Además, esta autopista fue el ámbito donde se desarrolló el cuento La autopista del sur.

La película resultó interesante. Mostraba la autopista como un lugar donde uno parece estar fuera del mundo. Un lugar anónimo donde el tiempo se estira y pasa mas lento, pero a la vez nunca deja de marchar a ritmo normal. Un lugar donde solo hay autos sin rostro que se mueven rápidamente y cada uno es ajeno al resto. Solo en los parkings, donde los autos vomitan a las personas que llevan dentro, estas se alegran de salir de la máquina con ruedas; de hablar con extraños que se sienten unidos por estar en la misma situación. Pero todo eso se desvanece cuando vuelven a introducirse en el camino de cemento gris, con un destino al cual ansían llegar. Y la gente pasa por la ruta sin dejar rastros y sin que esta les signifique a ellos nada más que una engorrosa pérdida de tiempo recompensada únicamente con la llegada a destino. Y así les ocurrió a los protagonistas de la película. Vivieron 33 días en el camino y pudieron percibir todo esto. Toda esta descripción que hizo el escritor basándose en su propia experiencia. Él disfrutó del paso por aquellas tierras de nadie, el camino anónimo que le reveló todas estas apreciaciones de un viaje en autopista. Y gozó con la experiencia, se divirtió con sus descubrimientos y lamentó la llegada a destino. Pero los protagonistas de la película, si bien pudieron comprender lo que el escritor experimentó en el viaje ayudados por Los autonautas de la cosmopista, no pudieron disfrutar dicha expedición de la misma forma que lo hizo Cortazar. No se sintieron a gusto con el carácter anónimo del camino y se alegraron al llegar a destino, como todas aquellas otras personas que atravesaron la ruta de forma superficial y simplemente pasaron por ella.

Mientras viajaba hacia el museo para ver la película me introduje en una situación similar a la del documental. Los autos avanzaban por las calles, todos ajenos al vehículo que tenían al lado, ansiosos por llegar. Y cuando regresaba a mi casa en colectivo, otra vez en una situación que se asemejaba, se me ocurrió que todos estamos constantemente recorriendo un camino, aunque muchas veces no tiene una meta o destino. Y muchas veces avanzamos por él ajenos como si estuviésemos en un auto circulando por una ruta.

Amparo López

2

Objeto: los enfermos de lepra

Alguien: mi mirada como espectadora


Se ven extremidades de manos deformadas intentando enhebrar una aguja… me llama poderosamente la atención, estaba desconcertada y quería saber más. La gente del lugar, en Corea, hablan de ellos como si fueran monstruos sin derecho a una vida normal… sigo intrigada sin poder imaginar con lo que me voy a encontrar; llegamos a una isla, se escucha el sonido del agua y el lugar está calmo… caminamos hacia una especie de hospital, ahí estaban ellos dándonos la bienvenida a la isla Soroko: eran personas mayores de la época de la II Guerra Mundial, están enfermos… tienen lepra.

Sus caras tienden a tener deformidades en los labios y ojos, sus manos algunos casi no las tienen, otros intentan realizar trabajos de quinta con éstas en un estado deteriorado, sus pies también sufren estos síntomas.

Nos cuentan que pasaron casi toda su vida allí, algunos fueron diagnosticados con lepra en su infancia o adolescencia, otros lo descubrieron de grandes y fueron allí por sus propios medios; también nos hablaban sobre los mitos que existían sobre la enfermedad: cuando llegaban a la isla ellos eran esterilizados sin anestesia porque se les decía que la lepra era hereditaria.

Fueron maltratados y utilizados por el ejército japonés quienes le hacían hacer botas y distintos materiales para los soldados, les quitaban sus utencillos de comer para hacer balas. A ellos los dejaban morir de hambre, otros se suicidaban; si les preguntaban en que momento se sintieron mas felices respondían que no había felicidad, sus familias mismas los rechazaban, los ocultaban y los desmerecían igual que toda la sociedad, no tenían a nadie, no extrañaban nada ni a nadie. Algunos tuvieron la suerte de encontrar a alguien allí mismo y apoyarse en él… la mayoría no.

Comentan que hoy es distinto de ayer, de aquella época, porque reciben ayuda medica y los dejan salir de la isla pero con un permiso especial, y esto es lo que a ellos hoy todavía les molesta porque para salir de la isla deben llenar unos formularios y esto les cuesta por la deformación de sus manos; y la sociedad sólo les admite desprecio y los repugna porque los tratan de feos y porque son diferentes: si entran en un restaurante o en una peluquería los clientes se van, los miran mal ¿porqué?, sólo conviven con el mito de la enfermedad. Así termina todo, todo queda igual con unas manos dañadas no solo por los años que han pasado sino por esta enfermedad que los condena, así intentando una y otra vez enhebrar la aguja, fallando varias veces hasta lograrlo. La imagen se aleja como despidiéndose de la isla que contiene una dolorosa historia; ya se ve de lejos rodeada por el agua, no muy apartada de la ciudad, otra vez todo tranquilo y calmo.

Me regreso a mi realidad, el aire que corre en ese momento se hace pesado, hay un silencio cortante. Nos vamos, no hablamos, pero en mi mente aparecen algunas inquietudes, no sabía mucho de esa enfermedad, nunca vi casos así, pero… ¿cómo soportar vivir en esas condiciones tanto tiempo, sin un lugar propio, sin nadie que los acepte, sin nadie a quien extrañar? Solo se que siguen allí luchando por sus vidas y como decían muchos de ellos “esperar a morir para ir al Cielo”.

Georgina Vicente