27 de septiembre de 2007

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Agnes Varda elige un comportamiento mimetizador con los recolectores que van asomando en este musicalizado film que mezcla el cine con el arte. La directora, entonces, se transforma en una espigadora más, comienza a cosechar pequeñas historias y va tomando con sus envejecidos dedos a los protagonistas, que los busca entre el árido terreno y surgen como granos para el espectador.
La recolección es objeto de basura, de muebles, de comida, de elementos puramente desechados y es que el eje central y único de este documental, es el desecho y como la gente, en una azarosa aventura, forma parte de este “intercambio” cultural y social que forma en una nueva perspectiva, a mi entender, un hecho sociológico en estos últimos años.
A lo largo de la muestra, se nos presenta un “menú” que consta de un primer plato de granos de trigo dorados de la antigüedad, un acompañamiento de papas con extrañas formas y demás verduras, un segundo plato con electrodomésticos que sus dueños ya no quieren, una horda de comida al borde del malestar final y de postre, un aggiornado encuentro ciudadano y la variedad del mismo: más frutas, más historias, más hambre, más rechazo al consumismo y donde podemos dejar como propina lo aprendido, un conocimiento acerca de la basura, de la gente que vive de las sobras y ver más allá del sentido común: la ley que ampara, protege, permite y colabora en afán de los espigadores, los recolectores o simplemente, de estos llevadores de sueños.


Sin dudas, luego de ver “El tren blanco” y de entrometerme en el documental de Agnes Varda, “Los espigadores y la espigadora”, no puedo más que pensar en una única realidad y en dos caras de esta misma cuestión. Por un lado, la organizada recolección de desechos autorizados y casi legales en Francia, donde transcurre el documental de Varda, desechos que se “dan el lujo” de ser abandonados a la suerte de los que los necesitan, conllevando una suerte de valor y de importancia social, y por otro lado tenemos la problemática nacional, el encuentro asiduo de los cartoneros, nuestros espigadores del cartón.Como decía al principio, es un mismo problema: el hambre, la desocupación, la enajenación cultural de las clases bajas o minimizadas a un lado de la estructura sociopolítica y la modernización o usurpación de las máquinas al masivo trabajo humano. Lo sé, no es algo particular ni de Francia ni de Argentina, es un efecto mundial de la industrialización, la globalización o etc. Pero esta misma problemática nos enseña dos caras, como hice hincapié previamente, y que se basan en la desigualdad de condiciones, en las reglas de juego y que tienen como protagonistas algo en común: el ser humano, humillado, llevado a menos por los comportamientos hegemónicos o simplemente, por un descuido de quienes nos rigen.

Daniel Francisco

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