18 de septiembre de 2007

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(Notas de viaje previa a la descripción extrañada)

Domingo 8 de Abril. Volviendo a casa del trabajo.

Por lo general las vueltas a casa, en colectivo desde el trabajo, son un tanto agitadas. Para comenzar, la espera. Me gusta esperar al enorme coche hasta que venga medianamente vacío o no tan lleno, me gusta sentarme, estar cómodo y tener la chance de optar por plazas estratégicas. Es como un juego, lo bueno del caso es que los colectivos de esta línea (152) vienen uno atrás de otro, aunque no tanto los domingos.
El segundo punto de agitación puede ser sentarme, cuando los astros ayudan y no me canse de esperar por el transporte ideal, y empezar a armar los artilugios musicales y tan compañeros de viajes. Parecerá tonto, pero soy de complicarme la vida con los cables que ofician de auriculares. Una vez en estado de gracia, el viaje se presta a ser siempre uno más: mirar por la ventana, instintivamente mirar las caras de los nuevos pasajeros y luchar contra los excesos de comodidad de otros compañeros de asiento ocasionales.
Hasta acá todo parece ser parte de un viaje más. Sin embargo, este domingo fue especial. Para comenzar, me encontré con un extraño frío en la calle y con el colectivo en la esquina esperando que el semáforo le de permiso para irse, y como ya era tarde decidí de un trotecito llegar al rectángulo psicodélico y rogar para que me abra la puerta. Sí, todos sabemos bien que hay que rogar... poner cara de “por favor, por favor”, cara de “soy un pobre empleado te pido que me dejes subir” o cara de “mirá flaco, me abrís o me abrís”. Opté por una nueva expresión: “abrime que se me salen los pulmones”... y me ¡abrió!.
El viaje comenzó y se notaba que había poca gente, que hacía frío y que la iluminación era precaria tirando a nula. También como detalle importante vale hacer hincapié en que el conductor parecía que no quería perderse la misa de la noche (que no hay) o alguna cena y de postre los afamados huevos de chocolate o, pienso yo, estaba acelerado para poder llegar a ver el resumen de partidos de fútbol de la fecha.
En otras ocasiones trato de acercarme al conductor y hacerle entender que no estoy ni apurado por llegar a comer, ni apurado para terminar en un jardín de paz. Claro que siempre lo digo de otra manera y dejo las ironías para la sobremesa... pero esta vez no, no no, esta vez yo sí quería llegar rápido a casa y todo esto me convenía, aunque la culpa moral se posaba sobre mí cada vez que se superaban los noventa kilómetros por hora. Esta vez tenía ganas de llegar antes y es que ¡el colectivo oscuro y frío y a una violenta velocidad me despertaba como pasión!. Que gracioso hablar de pasión sobre un colectivo, a veces pienso que tendría que hacer de mi vida algo más movido, no sé, ¡irme a vivir al campo quizás!. Finalmente, una vez en casa, anoté unas pocas líneas acerca de ese viaje que hasta ese entonces me pareció aburrido pero relajador y ¡ahora no!, ahora lo veo como un viaje no tan común y que de relajante no tuvo nada... aunque bien podría echarle la culpa a todo el café que había tomado.

Daniel Francisco

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