27 de septiembre de 2007

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Una de las tantas temáticas que tienen en común los documentales “El tren blanco” y “Los espigadores y la espigadora” (título original: Les glaneurs et la glaneuse) es la de la pobreza. Pobre es para el diccionario “persona que no tiene lo necesario para vivir, o que lo tiene con mucha escasez”. Ambos documentales intentan reflejar, y hacernos reflexionar, sobre otra idea de pobreza, otra imagen, que la cuentan quienes la sufren.
“El 20 de diciembre de 2001 renuncia el presidente De la Rúa, sumergiendo al país en la peor crisis de su historia, las estadísticas oficiales aseguran que el 45% de la población de Argentina esta desempleada o subempleada”. “Los trabajadores del cartón, son hombres, mujeres y niños que se ganan la vida juntando lo que otros desechan, buscando en las bolsas de basura papeles, diarios y cartones. En cada esquina o detrás de un árbol, alguien se dispone a abrir su primer bolsa. Abre, saca y cierra, ocultando entre papeles de colores la dignidad que los convierte en hombres. Esta es la historia de muchos hombres. Esta es la historia de un país”. Con estas palabras comienza el documental, así comienza la historia de un país, de la pobreza de un país.
“El tren blanco” intenta reflejar la situación que atraviesa una parte de la sociedad argentina, que durante estos últimos años ha sido empobrecida como consecuencia de un modelo económico y social que se instauró a partir de la llegada del neoliberalismo. El tren blanco es el fiel reflejo de este modelo, él es el encargado de transportar a los excluidos del sistema, viaja de noche (casi invisible) en compañía de la indiferencia y la soledad. Este documental es un viaje a través de las vivencias de estos hombres, “los cartoneros”, que toman esta actividad como un trabajo y lo defienden con dignidad.

La pobreza de esta parte de la población argentina se ve en cada imagen, efecto y arreglo musical de la película. Los testimonios de los protagonistas, de los trabajadores del cartón, nos permiten pensar la pobreza desde su más profundo significado. Nos permiten entender, o intentar entender, qué siente una persona pobre, cómo se vive y sobrevive siéndolo. Estos hombres no sólo recogen cartones de la basura, también reflexionan acerca de la felicidad, del futuro, de la familia, del país.
“El tren blanco es un medio de vida, no es otra cosa…”. Son las palabras de uno de los tantos trabajadores del cartón, de uno de los pasajeros de este tren que transporta dignidad, esfuerzo, esperanza, y no nos olvidemos: pobreza. “Y, es feo, pero tenemos que abrir las bolsas, no nos queda otra… a mí si me dieran un trabajo no salgo más, pero a mí me dejaron sin trabajo y ya tuve que agarrar esto, ¡si no había otra cosa! He buscado trabajo, he buscado por todos lados, nada, nada… pero… nose, sólo tendré que tener paciencia, ya tuvimos bastante y vamos a tener que seguir teniendo; me parece que por un buen rato…”. Mirada de tristeza al relatar el porqué se está en la calle, el porqué de la existencia del tren blanco. Por un lado, la resignación, “no nos queda otra”, la denuncia de un país sin empleo. Luego, la evidencia de una lucha, de la esperanza, de paciencia. Esto es la pobreza para ellos, para estos hombres que la sufren y la enfrentan, que no lo esconden, que no roban, que se ganan su pan de cada día, con los desechos de otras personas.
“Los espigadores y la espigadora” toca el tema de la pobreza desde otro punto de vista, bien parecido y diferente al mismo tiempo. Este documental nos quiere hacer pensar acerca de la sociedad de consumo en la que vivimos, de usar y tirar, del

despilfarro que hacemos a diario. La diferencia con “El tren blanco” radica en que el documental francés muestra que lo que se desperdicia es recogido por otras personas, algunas lo hacen por su extrema pobreza y otras para otros fines (como para realizar obras de arte) o simplemente por la creencia de que es inmoral. De cualquier manera, la directora intenta mostrar a lo largo de toda la película el hecho terrible e indecente que es derrochar tal cantidad de comida y objetos cuando miles de seres humanos se mueren de hambre en el mundo.
Antes, se decía espigadores a los trabajadores de campo que, después de la siega, se agachaban para recoger las espigas. Ahora, se agachan en las grandes ciudades, entre la basura. Agnès Varda ha grabado este documental tomando testimonios de diversas personas que recolectan los desechos, pobres entre ellos. Pero también, ha recogido testimonios de los que desechan, en especial las grandes empresas gastronómicas, y se ha encontrado con una gran incomprensión: “¿Por qué los pobres no pueden recoger lo que vosotros tiráis?” “porque no es legal”, responden. Pero mientras toneladas de comida se pudren, otros de mueren de hambre.
La directora resume y concluye su trabajo con estas palabras: “me las arregle para acercarme a ellos, para sacarles fuera de su anonimato. Descubrí su generosidad. Hay muchas maneras de ser pobres, manteniendo el sentido común, el sentido de cólera o de humor”
Ambos documentales encuentran otra definición de pobreza, distinta de la del diccionario, o la de los medios de comunicación, o la de los discursos políticos. Los que cuentan cómo se vive en la pobreza son justamente, los que la viven, o la sufren. Las
imágenes de cada agachada para recoger un cartón o una papa, cada imagen de un tren destrozado que los transporta, o de los tantos kilómetros caminados en el campo, reflejan la lucha, la no resignación, la constancia y esperanza de los que no tienen para comer, para dormir, para vestirse, de los famosos “pobres” que existen desde Argentina hasta Francia, que existen es este mundo.

Josefina Fenoglio

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