9 de septiembre de 2007

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Crítica cinematográfica: mi idea de espectador en cuanto a la película que vi en el festival de cine independiente (BAFICI).

De Paris a Marsella, de mi casa al Malba. En un camino sin fin.

Retrasada, me encamine apresurada al Malba una soleada tarde de domingo. Allí me esperaba Ana, intentando conseguir las entradas para la película que iríamos a ver, Paris Marsella de Sebastián Martínez. Era una carrera contra el tiempo y debido a mi retraso preferí tomarme un taxi. Al ser una tarde de domingo, la gente andaba por las calles despreocupada y los autos se tomaban su tiempo. No podía avanzar en el camino que me llevaba a la ruta de París a Marsella, no podía avanzar hacia el Malba. Este apuro y la imposibilidad de avanzar en el camino me recordaron al cuento de Cortazar, La autopista del sur, el cual estaba íntimamente relacionado con la película.

Paris Marsella fue un proyecto de un argentino y su mujer que estando en la capital de Francia, decidieron hacer el viaje de Paris a Marsella por la autopista en 33 días, sin salir de la misma y parando en parkings y paradores. Involucrarse en dicho proyecto significaba seguir los pasos del escritor Julio Cortazar que años antes había llevado a cabo este proyecto con su mujer, Carol Dunlop. Cortazar culminó el proyecto con un libro llamado Los autonautas de la cosmopista, publicado en 1983. Además, esta autopista fue el ámbito donde se desarrolló el cuento La autopista del sur.

La película resultó interesante. Mostraba la autopista como un lugar donde uno parece estar fuera del mundo. Un lugar anónimo donde el tiempo se estira y pasa mas lento, pero a la vez nunca deja de marchar a ritmo normal. Un lugar donde solo hay autos sin rostro que se mueven rápidamente y cada uno es ajeno al resto. Solo en los parkings, donde los autos vomitan a las personas que llevan dentro, estas se alegran de salir de la máquina con ruedas; de hablar con extraños que se sienten unidos por estar en la misma situación. Pero todo eso se desvanece cuando vuelven a introducirse en el camino de cemento gris, con un destino al cual ansían llegar. Y la gente pasa por la ruta sin dejar rastros y sin que esta les signifique a ellos nada más que una engorrosa pérdida de tiempo recompensada únicamente con la llegada a destino. Y así les ocurrió a los protagonistas de la película. Vivieron 33 días en el camino y pudieron percibir todo esto. Toda esta descripción que hizo el escritor basándose en su propia experiencia. Él disfrutó del paso por aquellas tierras de nadie, el camino anónimo que le reveló todas estas apreciaciones de un viaje en autopista. Y gozó con la experiencia, se divirtió con sus descubrimientos y lamentó la llegada a destino. Pero los protagonistas de la película, si bien pudieron comprender lo que el escritor experimentó en el viaje ayudados por Los autonautas de la cosmopista, no pudieron disfrutar dicha expedición de la misma forma que lo hizo Cortazar. No se sintieron a gusto con el carácter anónimo del camino y se alegraron al llegar a destino, como todas aquellas otras personas que atravesaron la ruta de forma superficial y simplemente pasaron por ella.

Mientras viajaba hacia el museo para ver la película me introduje en una situación similar a la del documental. Los autos avanzaban por las calles, todos ajenos al vehículo que tenían al lado, ansiosos por llegar. Y cuando regresaba a mi casa en colectivo, otra vez en una situación que se asemejaba, se me ocurrió que todos estamos constantemente recorriendo un camino, aunque muchas veces no tiene una meta o destino. Y muchas veces avanzamos por él ajenos como si estuviésemos en un auto circulando por una ruta.

Amparo López

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