26 de diciembre de 2007

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ENSAYO: “El Oso hormiguero”

Hallándome desencajado en ese nuevo atardecer mediocre, por su vulgaridad, me dirigía yo, Solitario Juan, a consultar mis esperanzas venideras con una nueva mirada al Magnífico Instrumento. Arma portadora de resplandor eterno en su invención de sonido. Allí se encontraba intacta como siempre, como nunca.
Las hormigas marchaban sin cesar y a base de estruendosos apuros hacia sus guaridas de vidas respectivas. Se pelearán por el primer puesto, como siempre y para siempre, pues llegar antes parece ser más importante y conveniente. Yo, Solitario Juan, era uno de ellos, aunque no entendía bien por qué. Tampoco tenía por qué entenderlo, pues jamás me lo había preguntado seriamente. Asimismo, por si acaso, menos podía llegar a importarme la esencia del trasfondo, ya que el dios Impreso en persona lo convenció al guardián del Magnífico Instrumento de permitirme tenerlo desde allí en adelante en mi poder.
El soplo del nunca perecedero Enero amagaba con ser más sincero de lo que jamás hubiera imaginado.
El clima subyacente en las sierras pampeanas suele ser cálido y seco. Apenas algún que otro llanto yace en el firmamento cuando se tiene la suerte o desgracia de distraer al cíclope dueño de las alturas, al menos momentáneamente.
El Santa Rosa avanza tranquilo, sin excederse en profundidad ni fuerza. Cubre sin ocultar toda presencia rocosa. Quizá tanta belleza fuera culpable de que el hombre construyera un camino por encima de él, sin tocarlo, para no mancharlo con su insulto de humanidad. Una grosería seria sería para tal eterna, hermosa salvajada. Un vómito vulgar de señores que se dicen feudales, resultantes de la pura ebriedad de urbanismo y tecnología.
Con el Magnífico Instrumento se me simplificó enfrentar al siempre desafiante y batallador dragón Rutina, que aliado eternamente con el dios Stress, hijo de Billete, desde siempre se aparece en el camino de quien Nietszche denomina “animal metafórico”. Vaya uno a saber si algún día podré doblegar sus fuegos para siempre.
El secreto del viento me abrazó al partir el Séptimo Diciembre del Milenio. Fue una brisa serrana que me atacó desprevenido. Mi costumbre de besar smog urbano bonaerense se vio engañada por tal pureza. ¿Cómo contrarrestar tal copla si la costumbre irresuelta resulta ser perfume de mil ciento catorce rodados once catorce despidiéndose ante mí al encenderse la esperanza en el ordenador del hormiguero?
Alejado de lo acostumbrado, acostumbrándome a lo alejado, el humus bajo mis talones. Me encontraba yo, Solitario Juan, aglomerado entre árboles que parecían indicarme con paz interior y sinceridad extremadamente profunda el camino; el camino hacia todos lados. Estaban ellos, algunos en puntas de pie. Ninguno quería perderse el recorrido del Santa Rosa. El Magnífico Instrumento había quedado reposando, aguardando bajo techo mi llegada solitaria. Él ya lo comprendía todo, y todo lo comprendía a él. Fue entonces cuando crucé el umbral e inesperadamente encontré eso que tanto esperaba. Estaba todo preparado para mi llegada. Quienes estaban en puntas de pie dejaron de estarlo y comenzaron a agacharse. Me lo dijeron todo. Su hermandad con el Santa Rosa, sus suspiros deliciosos y sus miradas con esperanzas contagiosas, más gigantes que todo el universo entero, más o menos, eran testigos del secreto. ¿Por qué yo? ¿Qué derecho tenía? ¿Qué obligación les di?
La temperatura generalizada en el cemento de la Ciudad de Buenos Aires, o cementerio de las promesas, entre Capricornio y Acuario, resulta ser lo suficientemente absorbida por el siempre erigido asfalto. Cerca de lo acostumbrado, desacostumbrándome a lo cercano, las avenidas bajo mis alas. Me encontraré aglomerado entre calles que parecerán indicarme con urgencia y falsedad redundante el camino, el camino hacia ningún lado. Estarán ellos, algunos resistiendo aún con ojos bien abiertos. Todos querrán perderse la carrera de las hormigas. El Magnífico Instrumento ya no comprenderá nada, y nada lo comprenderá a él. Será entonces cuando cruzaré el umbral y encontrarán eso que jamás esperaban. Nadie estará preparado para mi llegada. Quienes querían perderse la carrera me mirarán esperanzados y se los diré todo. Su desprecio hacia el competir de todo, sus llantos, sus miradas pesimistas y más pequeñas que el sentido de toda la ciudad edificada, cesarán y desaparecerán con el secreto. ¿Por qué no? ¿Qué derechos no merecen? ¿Qué obligación alguna vez les cumplieron?
El Magnífico Instrumento prestaba confusión al imperturbable Santa Rosa. Era una simulación, en realidad. Ambos ya se conocían desde alguna vez, desde alguna otra vida quizá. Cuando traté de mencionar el secreto comprendí repentinamente que él ya lo sabía. No sólo eso: en su avasallamiento de tiempo y espacio ya parecía todo calculado, y al mismo tiempo sin calcular. Él ya sabía que este momento contemplativo iba a darse, pero en su pureza brindaba desconcierto a toda esa maravilla.
Luego de cruzar el dique se ingresa al valle, que abarca una extensa área hasta la parte norte del embalse. Situado al oeste de la provincia y entre grandes sierras, posee las montañas más altas, ríos más caudalosos y embalses más espectaculares. Desde la virgen situada en aquel cerro, o cualquiera de sus hermanos próximos, podía ver y oler las flores en todo jardín.
La Ciudad lo recibe con una abrumada dosis de temor incierto, casi cuestionándole sarcásticamente el por qué de su existencia. El recibirlo de regreso resultaba ser prácticamente un test que él debía superar para volver a encajar en los términos definidos previamente, ya sobreentendidos para cualquier hormiga. ¿Realmente te crees magnífico? ¿Quién dice que tu portador adquirirá características similares por el mero hecho de serlo? ¿Qué puede hacerte creer que no eres otra hormiga? ¿Cómo ahuyentarías la triste felicidad de los que ya no quieren jamás ponerse en puntas de pie para espiar profundidades del hormiguero si, inclusive, tienen hermanos que ni siquiera pueden pararse? Ni hablar si el dragón transmite tus ilusos pensamientos atemporales e irracionales a su dios aliado.
¿Pero acaso él estaba obligado a responder todo eso y todo lo que vendría? ¿Serán concretamente preguntas o simplemente una lluvia mental de círculos viciosos con intenciones de volver a transponer la realidad inventada en hormigón? ¿Acaso en algún momento incluyó en su causa de ser un intento de respuesta a algo?
Su magnificencia sólo es presa de su deber ser jamás indicado. Soy Juan, acompañado del Magnífico Instrumento y de otros dos Osos, con quienes comparto el secreto. ¿Alguien preguntó algo? Me pareció escuchar algo pero sólo oí a Enero.

Fabián Saladino

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