26 de diciembre de 2007

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Libro: Ensayo sobre la ceguera de José Saramago

Hace no más de dos años me topé con un libro que nunca había leído pero ya conocía. Era de esos títulos a los que por alguna razón les guardaba un respeto especial, lo cual en lugar de generarme atracción me producía un leve rechazo. Quizás la razón era que, por puro prejuicio, me abrumaba. No creo se deba del autor –premio Nobel de literatura-, mucho menos a una falta de interés, pero probablemente se asociaba a lo mucho que por diversos lados había ido escuchado sobre este libro en el último tiempo. Y no pasaba por sentirme “inferior” en algún sentido para leer semejante libro, no. Sólo que a veces siento que necesito cierta preparación mental para meterme en el universo de un libro, y termino relegándolo por un tiempo hasta que un día me parezca que es el momento adecuado para leerlo y sin pensarlo más (como si no hubiese sido suficiente meditación), me entrego.
En definitiva la mayoría de las veces, y esta no fue la excepción, me pasa lo mismo: no era tan grave como creía, y me doy cuenta de que probablemente sólo me daba fiaca empezar una lectura aparte de la obligatoria por la facultad. Finalmente terminé leyendo un texto que me cautivó de principio a fin, y sé que si fuese una persona más constante en la lectura o si el libro fuese un poco más “de bolsillo”, cuestión de poder llevarlo para leer en el colectivo, lo hubiese terminado en una semana. Pero me llevó mi tiempo, que en definitiva no fue sino sólo lo que se merecía.
Cuando lo terminé de leer estuve satisfecha de comprobar que mis prejuicios acerca de la reputación del libro no eran sólo prejuicios, realmente era de lo mejor que había leído. Y lo principal fue saber que lo pude decidir yo, o sea que si el libro me hubiese llegado sin yo saber absolutamente nada sobre él, la sentencia hubiese sido la misma. Creo que es de esos textos que no le pasan desapercibidos a nadie. Si bien por un lado la identificación con los personajes no es instantánea -conocemos los detalles de convivencia de las personas, pero no sabemos ni siquiera sus nombres-, uno no puede evitar imaginarse en la situación que el libro plantea: una ceguera repentina, el vínculo social con extraños, la desastrosa calidad de vida, las medidas extremas que se deben tomar. El texto mismo, sin necesidad de hacer situar constantemente al lector en el lugar de los personajes, lo lleva a reflexionar sobre las cosas más básicas de la vida, que generalmente se dan por sentadas. No sólo el valor de aquellas cosas, de lo cotidiano, sino también el sentido que tienen para cada ser en particular y para todos en conjunto y de manera igualitaria.
A un año de la absolutamente positiva experiencia que tuve al leer Ensayo sobre la Ceguera de Saramago, me encuentro en mi biblioteca con lo que podría considerarse su segunda parte, Ensayo sobre la lucidez. Probablemente pase un tiempo hasta que le pierda el miedo que me genera el título, el autor, el tamaño del libro no apto para colectivos, y el saber que puede no ser tan bueno como el anterior y cambiar el gusto dulce que me deja un buen libro por el amargo de uno inesperadamente no tan bueno. Pero en algún momento me sumergiré en él, y ya sólo por eso, por vencer el miedo, va a valer la pena la experiencia.

Paula May

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