2 de octubre de 2007

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Río arriba

Río arriba es un documental en el cual el cineasta Ulises de la Orden (guionista, director y productor de la película) viaja de Buenos Aires hasta el pueblo de Iruya, en Salta, pasando antes por otros reducidos poblados, visitando familiares lejanos, conociendo gente de los pueblos, hablando, preguntando, interrogando, aparentemente, buscando algo. De alguna forma de la Orden espera del viaje alguna respuesta.
El director comienza presentándose como el bisnieto del fundador de un importante ingenio azucarero llamado “San Isidro”, el cual en su familia era visto como un héroe. Podría pensarse que el motor de su viaje al Norte del país estaría vinculado a inquietudes con respecto a su antepasado. Sin embargo, de la mano de esta primera motivación surgirán nuevos interrogantes durante el transcurso del mismo, así como al arribar a su destino, veremos cómo queda expuesta ante sus ojos la situación de explotación a la que fueron y son sometidos los pueblos Kolla, cuya causa se reside en la aparición de los ingenios.
En aproximadamente una hora y cuarto De la Orden nos describirá como funcionaba y funciona actualmente el ingenio San Isidro, e íntimamente ligado a este, el sistema de la Zafra, método mediante el cual se explotaba a los indígenas.
El tren, los colectivos rurales, haciendo dedo en las desoladas rutas y caminando serán los medios que el director utilizará para llevarnos río arriba y mostrarnos pueblos en los que sus habitantes enfrentan duras condiciones de vida con el orgullo de mantener su cultura. Cada paisaje, cada visión panorámica es acompañada con música andina de Ricardo Vilca de fondo.
Serán escasas fotografías antiguas y míticos relatos de diferentes vaqueanos, las que a lo largo del viaje despertaran interés en el viajero por conocer las “terrazas de cultivo”. Estas últimas aluden a construcciones milenarias que los aborígenes construían para cuidar y trabajar la tierra por parcelas que, vistas de lejos, escalonaban los cerros. Con la aparición de los ingenios, los terratenientes exigieron el pago de un arriendo por trabajar las tierras a los Kollas que no poseían títulos de propiedad ni forma de pagar, por lo que se vieron obligados a trabajar en la zafra. Esto produjo el abandono de trabajo en sus parcelas y como consecuencia la desaparición de las terrazas, en otras palabras, la desaparición de una parte de su cultura.
Los habitantes de Iruya relatan como cada vez que llueve el río arrastra con furia toneladas de barro ocasionadas por la desaparición de las terrazas, llevando todo a su paso, azotando el pueblo. Ellos llaman a este fenómeno “el volcán”.
El documental concluirá con imágenes del volcán en acción. Las imágenes son sordas, los sonidos de quenas, bombos, erkes y charangos se apagan y lo único que se deja oír es el rugido del barro que cae precipitadamente. Solo se aprecia la destrucción.
Concluyendo, De la Orden logra un interesante recorte de la historia y modo de vida de los lugares conocidos en el viaje. Se puede pensar que si viajó buscando respuestas sobre su historia personal las encontró, aunque probablemente distantes a lo que la historia familiar relataba. A través de las imágenes se observa dolor, hambre, destrucción, explotación, engaño y transculturación, producto de un sistema alienador.
El afiche de cine de la película reza “RÍO ARRIBA; una historia de Terrazas, Ingenios, Zafreros, Inmigrantes y Volcanes”. Hacia el final de la misma, el director expone que su film muestra uno de los tantos volcanes que existieron y existen hoy en nuestro mundo.
Siguiendo la línea del cineasta, agregaré entonces que no hace falta viajar 1800 kilómetros para ver volcanes que azoten a las poblaciones, solo basta con tomar algún tren del conurbano bonaerense y viajar treinta minutos. Los tenemos, si, pero en diferentes manifestaciones. Los tenemos todos los días en las estaciones del tren con los menores, drogados y bañados en mugre; lo tenemos arriba del tren, con el hombre que perdió la pierna tras ser empujado del tren en un asalto y hoy se sube a pedirnos monedas; lo tenemos al observar desde arriba del ferrocarril San Martín las casas de los cartoneros entre las estaciones Villa Del Parque y La Paternal, cuyos residentes recorren día a día las calles buscando cartón y plástico y trabajan como aborígenes en un ingenio para poder sobrevivir.

Lisandro Argañaraz

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