26 de diciembre de 2007

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Occidente Reciclado

Es asombrosa la cantidad de similitudes que existe entre los documentales “El tren blanco” – película argentina creada en el año 2002 y dirigida por Nahuel García, Sheila Perez Giménez y Ramiro García– y “Los espigadores y la espigadora” – película francesa dirigida por Agnés Varda, en el año 2000-, que a pesar de referirse a contextos aparentemente distintos, ya que la primera película se sitúa en un país subdesarrollado mientras que la segunda en uno de los países desarrollados del capitalismo, tienen los mismos problemas de pobreza y marginalidad, por lo que muchas personas se ven obligadas, para poder subsistir, a hurgar en los deshechos que algunos consideran inservibles. Sin embargo estas similitudes deberían no existir, ya que –nos quieren hacer creer los defensores del sistema capitalista- todos los países subdesarrollados, en algún momento de su historia llegarán a convertirse en un país desarrollado. Entonces me pregunto ¿De qué nos serviría llegar a ser un país desarrollado, como es el ejemplo de Francia, si continuarían existiendo la marginalidad, la miseria y la falta de justicia social? O quizás considerarán los capitalistas que la teoría del derrame, la cual supone que en algún momento los ricos acumularían tanta riqueza que ésta rebalsaría y llegaría a los necesitados, se refería a este revolver en la basura de “los de arriba” para poder alimentarse “los de abajo”.
Pero las semejanzas no se reducen solo al problema de la marginalidad que se expresa en ambos filmes, sino también a la forma en que es vista esa marginalidad por ellos mismos por ejemplo me llamó la atención que los entrevistados de ambas películas describían su situación en forma de resignación, y hasta la frase “es preferible hacer esto, que robar” es dicha por dos entrevistados refiriéndose cada uno a su trabajo, en el caso de “Los espigadores...” al hecho de juntar papas, y en el caso de “El tren blanco” al hecho de juntar cartones.
A decir verdad la única diferencia que encontré entre las películas es el estilo en que están filmadas. Por un lado el documental de Agnes Varda se basa en la metáfora, y tiene muchos aspectos surrealistas, como es el hecho de juntar y luego filmar papas en forma de corazón, por el contrario “El tren blanco” se mantiene en el plano realista y melancólico, donde la tristeza y la resignación se expresan de forma directa. Sin embargo también se parecen por la manera en que transcurre la película. Ambas se basan principalmente en el viaje, el film argentino es el viaje de los cartoneros en el tren para poder recolectar -me pareció interesante destacar el hecho de que hayan dejado por encima de la música de fondo el ruido constante del tren, tan similar al del latido del corazón-. En el film francés, en cambio, el viaje lo realiza la misma directora a través de las distintas ciudades francesas en las que va encontrando siempre gente que recolecta objetos, comida etc. que han sido desechadas por otras personas, pero en cada lugar hay desechos de distintos estilos, distintas “sobras”.
Al analizar las dos películas se puede dar cuenta de la farsa en la que uno vive inmerso día a día, la idea de que el mundo será justo en algún momento, sin que sea necesario cambiarlo, o el hecho de que “estas cosas solo suceden en Argentina”, es un grave y peligroso error. La marginalidad en Argentina existe y es extrema, pero también existe y de manera acentuada, en los países que se suponen desarrollados, en los países que han alcanzado el ideal del sistema capitalista. Entonces no somos el problema nosotros los “subdesarrollados” sino el sistema. Muchos han dicho que el sistema comunista no funciona, y es por eso que ha caído, sin embargo, ¿alguien tiene el coraje da afirmar, todavía, que el capitalismo funciona luego de observar la realidad diaria de cualquier país capitalista?, ¿Acaso uno se animaría a prender una radio que electrocuta a los que la tocan, pero no a todos, sino a la mayoría de ellos? Por más que la radio logre transmitir señal, yo le colocaría un cartel de “no funciona” a la radio... y al sistema.

Nidia Perrone

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